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Mostrando entradas de enero, 2009

El puritano

De entre la variada fauna que habita el universo gris de la intolerancia, uno de los especímenes más pintorescos –y también más dañino- es el puritano. Un puritano es una persona profundamente devota que no falta a misa un domingo así caigan chuzos de punta, profundamente convencida de que la doctrina religiosa, dictada por Dios, debe prevalecer por encima de cualquier ley terrenal, y   dispuesta en todo momento a animarte a que cumplas tus deseos siempre que no sean una fuente de gozo para ti. Para el puritano todo placer sensorial, emocional o intelectual es una clase singularmente maligna de pecado. La primera y quizá más chocante de las muchas contradicciones y majaderías que contiene el ideario puritano tiene que ver –como no podía ser de otra forma- con el sexo. El mandato divino obliga a la procreación para perpetuar el reinado del hombre sobre la Tierra, pero para procrear es indispensable practicar previamente el sexo, echar un polvo, vamos. Y aquí topamos con la paradoja qu

Trucos

La única posibilidad de que disponemos para librarnos de nuestras   cadenas es trascendernos a nosotros mismos. Me explico. Cuando, por ejemplo, la angustia de tener que dirigirme verbalmente a más de dos o tres personas me atenaza, pongo en marcha el mecanismo de autohipnosis que tantos años me ha costado dominar y me convenzo de que soy otra persona.

Seres oníricos

Hay un dinosaurio que me está comiendo la moral. O tal vez sea un dragón, porque no estoy puesto ni en historia ni en mitología. A veces pienso que es un dinosaurio y otras que es un dragón. Puede que sólo se trate de una cuestión de matices y un dragón sea un dinosaurio que lanza llamas por la boca sin quemarse; y, a la inversa, un dinosaurio sería un dragón que se ha quedado temporalmente sin combustible y no puede escupir fuego. Lo veo mayormente por la noche, en mi dormitorio, cuando el sueño se apiada al fin de mí y, con su manto compasivo, me pone a salvo de los terrores de las noches de vigilia. Es en ese impreciso instante en que el insomnio cede el sitio al sueño cuando lo veo con claridad. Es grande, de mirada firme y altiva y de porte majestuoso. Me mira con descaro, escruta mis facciones, huele mi miedo; sonríe con indulgencia y se tumba a los pies de mi cama. Si me duermo del todo, por la mañana pienso que ha sido un sueño, otra vez el mismo sueño. Si me asusto y me desv

Esos pequeños momentos

Es una lástima que sólo en tiempos difíciles demos a las cosas su verdadero valor. Sólo quien ha estado al borde de la muerte está capacitado para apreciar sinceramente la vida y disfrutarla de pleno –al menos durante un tiempo, que la memoria es delicuescente y poco agradecida-. No hay sino que haber sentido el escalofrío que produce la perspectiva de dejar de ser para dar su auténtico valor al milagro de ser, de poder seguir siendo durante unos años más. La más anodina de las personas, o la más apesadumbrada, o la que más clama al cielo por lo mal que la vida le trata, se vuelve súbitamente, gloriosamente agradecida y llena de vitalidad y amor gozoso tras superar el trance angustioso de haber sido rozada por la muerte. Si no te lleva consigo, la muerte te vuelve converso y te devuelve la fe que perdiste al hacerte adulto, te ilumina como a San Pablo y pasas a ser uno de los más acérrimos devotos de la vida. Será por eso que dicen que lo que no mata engorda, sólo que lo que en reali

Terrorismo de Estado

Creo con Unamuno que la justicia última es el perdón. En una instancia inmediatamente anterior estaría la justicia poética, que no por ser más lírica tiene que resultar menos eficaz. La cuestión de fondo en cualquier caso es determinar sin resquicios el concepto de justicia, y ese es un asunto pendiente en todas las sociedades, principalmente porque uno de los requisitos básicos de cualquier sistema jurídico es la imparcialidad, y quienesquiera que construyan el andamiaje legal que regulará la convivencia en un país estarán supeditados –por humanos todos y por corruptos algunos- al yugo inevitable de la subjetividad, a la rémora insoslayable de la moral de facto y a la tendenciosa presión de los plutócratas. Luego está el problema de la interpretación de las leyes, tanto más surrealista cuanto mayor pudiera ser la tormenta que una aplicación estricta de las mismas desencadenase. En casos extremos, el problema se transforma en una negación de la existencia misma de la infracción a