No me canso de leer filosofía y poesía. A veces pienso que podría no leer otra cosa y nada echar de menos, tal es la plenitud que alcanzo a través de ellas. La filosofía se ocupa –dijo Bertand Russell- de esa zona de nadie que existe entre la ciencia y la religión, entre lo demostrado y lo indemostrable; a la poesía compete la descomunal tarea de reconciliarnos con el mundo. La una plantea una pregunta tras otra en la certeza de que no encontrará respuesta para ninguna, resignada de antemano –y eso la engrandece- al convencimiento de la inaprensibilidad de la verdad; la otra (“¿Tu verdad, no, la Verdad / y ven conmigo a buscarla, / la tuya guárdatela) no sólo no se resigna sino que se deja el alma en cada verso buscando la verdadera verdad a través de la palabra precisa, de la rima redonda, de la metáfora sublime. La filosofía, cuando sube a cotas que atraviesan las nubes, se convierte en pura poesía, y ésta, en sus momentos excelsos, es filosofía con música. Bucear en uno u otro
Un alienígena alucinado.