Es desagradable encontrarse enfermo en un lugar extraño, ajeno a tu mundo habitual y relativamente seguro; en el extranjero, por ejemplo, un simple resfriado magnifica tu malestar y la vida entera se vuelve aparatosa e intolerable. Estás en la cama de la habitación del hotel y oyes las gotas de lluvia golpeando el cristal y ese sonido, tan amigable y confortador en tantas ocasiones, se torna desagradable e inhóspito y te produce melancolía y tristeza. ¿Será esto lo que ocurre en una vejez solitaria? Esa invalidez, esa congoja, esa impotencia. De momento, al menos, puedo recurrir a gente cercana en caso de extrema necesidad. Pero, ¿y de anciano? Cuando solo el consuelo de una vida sin decrepitud aporte a tu alma unas gotitas de alegría, cuando solo el consuelo de otra vida alivie un poquito lo que te queda de esta. Entonces, ¿qué? Porque como si en mi caso no existe ese mínimo consuelo, ¿a qué te puedes aferrar? ¿Qué último recurso servirá como bálsamo en esos postreros días? ¿Quién
Un alienígena alucinado.