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Mostrando entradas de mayo, 2008

Día de pesca

( Advertencia: me gustaría publicar en este blog algunos cuentos ya escritos. No domino la técnica bloggera así que iré avisando. Lamento no ser más pulcro con mis publicaciones, pero estoy obviamente limitado) Día de pesca   Aunque no sabía muy bien por qué, Ernest gritó con furia.   -¿Pero dónde diablos está la llave?   -Ya hemos hablado de eso, -dijo Dodge con voz tranquilizadora-, ahora lo que tenemos que hacer es buscar en cada rincón del camarote para encontrarla. Y sobre todo no debemos ponernos nerviosos   -dirigió a Ernest una mirada de reproche-.   -Exacto, Ernest –dijo Conrad-, no hay que ponerse nervioso, lo hemos hablado hace apenas un minuto y tú ya lo has olvidado. A ver cuándo aprendes a dominarte, hombre.   -Pero es que no lo comprendo, tenía que estar en la cerradura, tenía que estar en la cerradura –la voz de Ernest fue convirtiéndose en un murmullo mientras repetía la frase. Al final enmudeció y se sentó en el suelo con la espalda apoyada contr

Spadeator I

L o primero que me alarmó fue que el espejo no reflejaba mi imagen. Después de haber salido a duras penas de aquella especie de arcón que olía a rayos y haber alcanzado el baño, en el que ante todo anegué mi cara en agua bien fría para disipar los vapores de la pesadilla en la que   había zozobrado durante días, o esa era al menos la sensación que destilaba mi martilleado cerebro, me atreví a mirarme al sucio espejo para descubrir –constatar más bien- que había perdido mi reflejo, la imagen archisabida que uno espera encontrar cuando se acerca a una superficie pulimentada, en su casa, en un hotel, o en el apartamento de una muñeca de primera, como era mi caso, para qué voy a andarme con modestias. Ocurrió así. En la disco donde acudo de tarde en tarde, más que nada por no perder la onda de la gente guapa, nadie me es desconocido –aparte los pringados de siempre- y viceversa, porque un detective privado con mi caché no pasa desapercibido. La noche anterior acudí por un trabajo que

El entendimiento

La cobardía y la envidia suelen ir de la mano. La integridad, en cambio, hace buenas migas con la presencia de ánimo y con el valor. Las pasiones extremas nunca son buenas porque tienen por consejero al fanatismo, que consiste en demostrar a toda costa que sólo quien lo posee lleva razón, y no se aviene a discusiones constructivas: estás a su favor o en su contra: su concepción del mundo es maniquea y corta de miras, pero es lo que estamos fomentando en el mundo occidental y desde el mundo occidental hacia otras culturas o civilizaciones. Si sólo algunos de los dirigentes de los distintos microuniversos humanos que existen en este planeta manejasen el arte de la empatía y, pasajeramente, se metiesen en la piel de sus supuestos enemigos, nuestro mundo sería otro bien distinto del que es; para bien, por supuesto. Mi madre galáctica me preguntó en nuestra última conversación por qué Luis Aragonés se empeña en no convocar a Raúl a la selección. Le contesté que los designios de los ma

La impaciencia

Hay  muchos motivos que llevan a un   escritor (aunque sea amateur, diletante, novel, o como se quiera clasificar a tantísimos que escribimos, aunque nuestros escritos lleguen sólo a unos pocos) a dejar de escribir un día, una semana o el resto de nuestra vida. La causa principal es la pereza, disfrazada en ocasiones de las más peregrinas excusas que la enmascaran para no sumar a la necesidad voluntariamente sofocada de creatividad el remordimiento de que se ha hecho por un fundamento baladí. Llevo días que me cuesta escribir este blog por pura pereza, aunque su origen sea más mental que somático –lo que me alegra, ya las trabas mentales son las más difíciles de superar- y constato con alegría que soy capaz de vencerla –a la pereza- con un mínimo esfuerzo de voluntad. El Demiurgo quiera que sea así siempre. Hay una señora mayor que cruza una vía por el paso de cebra de un semáforo. A la pobre le cuesta recorrer el breve trayecto de una acera a la otra. Sin acabar aún, el semáforo d

Insomnio

Es tarde y no consigo dormir. Los celtas y las brujas tenían pócimas para remediar el problema. Yo tengo una cinta de relajación que a fuerza de escucharla durante años ya no me hace efecto. Es curioso que me entren ganas de escribir cuando padezco insomnio y cuando leo un libro que me apasione. Prefiero lo segundo, por supuesto. Estos días fuera de casa me han trastornado más de lo habitual, y eso que viajar me encanta, pero a mi aire, no por compromiso. En fin, lo bueno es que cada vez me siento más relajado escribiendo. A ver si dura.

La vuelta

De vuelta en casa .Un alivio, las relaciones sociales no son lo mío, aunque me ha encantado volver a encontrarme con Juan Carlos y con Moncho. Les tengo aprecio y su compañía siempre me es grata. Espero que me lean y reciban este mensaje que soy incapaz de transmitirle en su presencia. En resumen, el evento ha resultado un acontecimiento muy agradable, al menos para mí, que tan reacio soy a los conglomerados y a los episodios supuestamente cordiales que terminan a veces no siéndolo. No consigo entender mis sueños. Hace años versaban sobre tías en diversos grados de desnudez que pretendían seducirme pero que no lo conseguían, para mi frustración adolescente. Ahora soy yo quien no lo consigo, ¡vaya desencuentro sexual!, menos mal que la realidad es bien distinta, para mi fortuna. El otro día acudí al especialista de nariz, garganta y oídos -nunca recuerdo el nombre de esa especialidad médica- porque tenía problemas para orientar mis orejas extraterrestres. El médico, sin inmutarse, me re

Lanzarote II

El viento incesante de la isla de Lanzarote me oprime las sienes hasta la desesperación. No sólo e s incómodo, es también despiadado. Mañana vuelvo, menos mal. Por lo demás, aburimiento y pesadumbre. Nadie es tan infeliz como el que se propone serlo.

Convención

Asisto a una convención de empresa así que es inevitable el encuentro con socios a lo que hace tiempo que no veía.   Los sentimientos son algo confusos, contradictorios incluso. Todos somos diez años más viejos y, según el caso, nos reconocemos a duras penas. Son situaciones desconcertantes que toreo como puedo. Pero la alegría del reencuentro es una recompensa. Viejos amigos y socios pasando unos días de ocio y reencuentro. Con algunos no es así, los malos rollos se dan en cualquier comunidad, pero se hace de tripas corazón, qué remedio. En esta isla el viento no cesa su monótono soplo, desesperante como una tortura que ponga a prueba la paciencia más que la resistencia al dolor. Yo tengo poco aguante ante ambas experiencias, así que ahogo mis agobios en gin tonics. Después, en casa, tendré que expiar mis excesos, pero lo tengo asumido y no me importa. Nadie tiene noticia de Bvalltu aquí. Espero que esa ignorancia no me afecte hasta el punto de desilusionarme. No, creo que no.

El tío Bob

Miriam contemplaba el rostro cetrino de su hermano, lo escrutaba en busca de indicios, pero no los encontraba; su hermano estaba locuaz y se manejaba con talante desenfadado y divertido, igual que siempre, desde el primer recuerdo que registraba su memoria, allá en la casa de sus padres veintitantos años atrás: Bob, siempre risueño, gastándole bromas a ella, pero bromas agradables y exentas de malicia que acababan haciéndola reír a ella también aunque quisiese estar enfadada, bromas inocentes que jamás transgredían la ética simple y bonachona de Bob, un inocente bullicioso y, sobre todo, una buena persona, concluía siempre Miriam, aunque con mala suerte en la vida. -¿Qué es eso, tío Bob?- y señalaba Audrey a un reloj de bolsillo que llevaba Bob en el de su chaleco sujeto con una leontina. -Un reloj que me regaló un tío mío. -¿Lo mismo que tú y yo, tío y sobrina? -Lo mismo, Audrey. -¿Y lo querías tanto como yo a ti? -Pues no lo sé, ratoncilla, pero algo parecido. -Audrey

Lanzarote

Después de todo no ha sido para tanto. Aparte de algunas leves turbulencias el vuelo ha resultado agradable, no ha habido demoras y el tiempo de tránsito ha durado lo anunciado por la compañía. Experiencias como esta le hacen a uno reconciliarse temporalmente con las compañías aéreas, sin las que –seamos realistas- no podríamos alcanzar destinos con la brevedad y comodidad que para ellos hubieran querido los viajeros de hace tan sólo un siglo, que precisaban de semanas para recorrer distancias que hoy se completan en horas. Lanzarote es una isla volcánica y ventosa. La primera impresión que uno se lleva es la de desamparo, parece una isla necesitada de cariño, un trozo de roca en medio de un océano que precisa el calor de los visitantes para contentar su autoestima telúrica algo menoscabada por un complejo de inferioridad derivado de la comparación con sus islas hermanas del archipiélago. Dedicaré los próximos días a recorrer la isla de punta a punta a ver si varía esa primera im

Viaje

Hoy parto de viaje. Vuelo con escala a Lanzarote. El Demiurgo me favorezca con un tiempo favorable, unos mozos de tránsito que no se enamoren de mi maleta y un piloto sobrio que no sea presumido y no trate de ocultar su miopía con esas lentillas de colores que irritan los ojos. Escribo a vuelatecla porque debo irme ya. Me despido de mis seres queridos y de mis escasos aunque fieles lectores, pero no para siempre, no soy tan pesimista, sólo hasta dentro de un tiempo, que habiendo una compañía aérea de por medio, siempre es difícil de calcular; digamos, para no cometer incorrecciones, que desde esta noche hasta la infinita y monótona eternidad. 

Animales

Existe, aunque algunos no se lo crean, un paraíso para los animales, al que van cuando se mueren. Hay privilegios especiales para los que han sufrido la crueldad de las personas o han muerto por mano de éstas. Allí podríamos ver, si pudiéramos, a perros que en vida fueron ahorcados o quemados vivos o apaleados o expulsados del paraíso terrenal -que para ellos había sido la casa de sus amos desagradecidos- sin haber cometido pecado alguno. También contemplaríamos el rumiar silenciosos de los borriquillos que trabajaron como mulas y murieron extenuados y a aquellos que usan en Palestina para dirigirlos, cargados de bombas camufladas, contra puestos de vigilancia israelíes. Asombrosamente, comprobaríamos que las huellos de sus tormentos han desaparecido allá en su paraíso particular y gozan de una ya eterna salud de hierro. Resulta curioso que los humanos empleen como apelativos injuriosos los nombres de los animales que más fieles o útiles le son -burro, asno, cerdo, perro- y reserven lo

La muñeca

En un intento desesperado por no perder a su esposa para siempre y tras un vano intento de retenerla suplicando de rodillas y jurando que no le daría más palizas, Aurelio se vio obligado a encerrarla bajo llave. Pasaron lentos, inacabables, los días para ella, pero la coraza que la protegía del dolor y que había ido construyendo su marido con cada bofetada, cada puñetazo, cada patada con que le había golpeado el cuerpo y el alma durante años, la ayudaba a no desmoronarse, a no sucumbir al hechizo de la locura, tal vez conveniente ya en su caso –un evadirse, un enajenarse de sí misma y de su mundo estrecho y opresivo, violento como una mazmorra de la inquisición, trágico y letal como un auto de fe-, tal vez esa escapada fuese la única posible ahora, pero ella eligió aguantar. Como estaba en la habitación que había sido de su hija Aurora antes de que se casara con aquel bendito que se la había llevado lejos, a vivir en donde no llegara la larga y brutal mano de Aurelio, que tampoco a s

Las estrellas

Un sendero se extiende ante mis ojos hacia un horizonte que pronto deja atrás para cimentarse y culebrear sobre el éter del cosmos. Una pulsión explorativa y quizás un requerimiento de mi alma colonizadora me empujan a recorrerlo, a descubrir a lo largo del sendero la topología arcana del universo, a conocer estrellas, galaxias, constelaciones cuya luz me deslumbra en su titileo que sin embargo tuvo lugar hace muchísimo tiempo. No rehúyo la propuesta, cualquier destino es un buen destino si se lo sabe aceptar, y el de peregrino de las estrellas es uno harto deseable –lo dejó dicho Jack London y yo le tengo fe-. Tres de los libros más geniales que he tenido la fortuna de disfrutar tienen que ver con las estrellas: “El principito”, de Saint-Exupéry, “El vagabundo de las estrellas”, de Jack London, y “El hacedor de estrellas”, de Olaf Stapledon. A través de sus páginas, preñadas de literatura hechicera, me he sentido explorador y astronauta, he intuido el vértigo del origen del univer

La delgada línea roja

Leí el otro día un reflexión de Ernesto Sábato sobre literatura. Contra los que opinan que toda gran obra de arte a la larga es mayoritaria y contra los que defienden lo contrario Sábato argumenta lo siguiente: 1.      Hay literatura grande y sin embargo minoritaria: Kafka. 2.      Hay literatura minoritaria y sin embargo mala: la mayor parte de los poemas que hoy se escriben. 3.      Hay literatura grande y mayoritaria: “El viejo y el mar”. 4.      Hay literatura mayoritaria y mala: historietas, fotonovelas, literatura rosa, casi toda la literatura policial. Me pregunto si es cierto el axioma de que el tiempo pone a todo y a todos en su debido sitio. Dejando aparte las modas pasajeras como tormentas de verano que, abanderadas por críticos miopes, resucitan por un tiempo a tal o cual escritor menor o, más frecuentemente, cierta pieza justamente olvidada de un escritor cuya obra, por lo demás, se ha ganado un puesto de honor en el Olimpo literario, yo presiento que en alg

La deuda

Lo vio acercarse por el polvoriento camino y la vida se le derrumbó. Abrió la puerta de la casa y lo invitó a sentarse. -El plazo ha cumplido. Vengo a por lo que es mío. -Tenía la esperanza de que tras tanto tiempo la hubieras olvidado. -Al contrario, no he dejado de pensar en ella un solo día de estos veinte años. Hoy, por fin, la recuperaré. -¿No podrías dejarlo estar? Te lo pido de corazón. Ella ya no es joven, ninguno lo somos ya. Es tontería cambiar las cosas a estas alturas. Hazme ese favor y pídeme a cambio lo que quieras. -Ni hablar. Ella me pertenece. Dile que venga. Un nombre de mujer fue voceado y llegó a cada rincón de la casa triste. Una mujer apareció con una maleta en la estancia donde los dos hombres dialogaban. Estaba, visiblemente, preparada para partir. El hombre la llamó por su nombre y le dijo que tenían que irse. Ambos salieron y comenzaron a alejarse por el polvoriento camino. El dueño de la casa quiso un último diálogo. -¿Sigues jugando a las

El encuentro

El otro día llevé a cabo un singular experimento. Poseo la facultad, ya lo he dicho alguna vez, de vivir existencias paralelas en los infinitos universos que coexisten en diferentes planos de la realidad –es una manera algo tosca de explicarlo, pero las palabras no pueden transmitir más que experiencias compartidas y no sirven para describir la singularidad, si no es por metáforas y aproximaciones-. Esta habilidad, contra lo que pueda suponerse, no me produce trastorno alguno y vivo con plenitud o con la conciencia voluntariamente anestesiada, según me plazca o no la circunstancia específica de cada uno, esos innumerables periplos vitales. Pues bien, se me ocurrió que si podía dominar una dimensión lineal de la realidad –digamos, por entendernos, su anchura-, ¿por qué no había de obtener resultados similares con su altura? Altura que vendría a ser lo que se denomina tiempo. Dicho con otras palabras: ¿Podría yo coexistir en una misma vida con otro ‘yo’ anterior o posterior en el tie

La fórmula

En un día cualquiera de cualquier siglo del medioevo tiene lugar, en el salón principal del suntuoso palacio, donde dormita en un dorado sitial rematado por dosel, arrebujado en su manto de terciopelo, el dueño y señor del palacio y de los terrenos que lo circundan hasta donde la vista alcanza y mucho más allá, el siguiente diálogo entre tan presumiblemente encumbrado personaje y el demacrado judío que irrumpe dando alaridos en la habitación con el consiguiente sobresalto del cuasidurmiente. -¡Egregio mecenas! ¡Señor mío! ¡La he encontrado! ¡Por fin la he encontrado! -¿El qué? -Mi sueño y el tuyo, mi señor. Nada menos que la fórmula que transmuta todos los elementos en oro. El artilugio para realizar el prodigio no es de difícil construcción, según he calculado; pero la substancia que le proporcione energía para que funcione me la habrás de proporcionar tú, sire. -¿Y cuál es? -Oro.

Y sigue mi tormento

Hoy está siendo un día intenso y prolífico, al menos en escritura, y eso me agrada por excepcional, ya que soy muy remiso al acto de escribir, aunque sienta que la escritura es mi salvación –no diré mi destino por pudor-. Si de algo alguna vez estuve convencido ha sido del pasmoso descubrimiento de que nada soy ni seré si no escribo. Es una dulce condena que acato acallando las protestas de la cruel celadora de los miseriosos y dolorosos aconteceres del substrato más enraizado de mi mente. Y la refiero en femenino porque siempre supe que sería una mujer la atizadora de mis rescoldosos tizones de fogata en declive, la que me desnudaría ante mí mismo con el desvalimiento de los que van a ser ejecutados. Conciente y sumiso reo, arrastro los pesares de mis cadenas con una resignación inapropiada; rezo a mi pesar con desespero y sueño con una redención que sólo yo me puedo conceder. Y casi soy feliz.

Ser escritor

Yo no sé qué habilidades o dones –o ambas cosas- debe uno poseer para convertirse en escritor. No me refiero a ser un escritor galardonado y leído hasta por los que no leen, sino a consolidar la escritura como un eje fundamental de tu existencia, eje que se convierte en la flecha que, en la brújula de tu vida, siempre te señala el norte. Ser después reconocido, en mayor o menor grado, por los críticos y por los lectores de a pie, como talentoso, original, innovador y tantos otros adjetivos inútiles, no deja de ser un vanidoso efecto colateral. Yo creo, ante todo, que hay que perder el miedo a enfrentarnos cara a cara con nuestra capacidad de vida potencial. Abraham Maslow sostenía que los momentos de plenitud que experimentamos en nuestra vida, aquellos en los que nos sentimos invencibles y nada nos amedrenta son, por desgracia, sólo eso, momentos, instantes fugaces en los que vislumbramos una dimensión de vida tan por encima de los límites impuestos por nosotros mismos a la nuestr

La perrita

No sé si fue por un sentimiento de inseguridad que siempre sospeché en él y que trataba de compensar ensañándose con violencia con seres más débiles, a los que martirizaba con refinada crueldad para sacudirse de encima el polvo venenoso de la conciencia de su propia indefensión; o fue quizá por un poso de crueldad que anidaba desde que nació en su desgraciada naturaleza de serrano innoble y sin entrañas, que lo inclinaba a la violencia gratuita y sin sentido; o tal vez, acaso, por una de esas pesadillas que, al día siguiente, predisponen al más templado a cometer tropelías por doquier para purgar esa bilis venenosa que el mal sueño insufló en su alma, el caso es que Andrés –el serrano, como le llamábamos- aquella mañana ventosa de febrero, a la hora del recreo, y sin que nadie supiera exactamente el motivo, se dirigió a paso rápido y con las manos en los bolsillos, la cabeza baja y la mirada con la determinación de los poseídos hacia la caseta de la perrita, la mascota del colegio, t

Poesía y filosofía

No me canso de leer filosofía y poesía. A veces pienso que podría no leer otra cosa y nada echar de menos, tal es la plenitud que alcanzo a través de ellas. La filosofía se ocupa –dijo Bertand Russell- de esa zona de nadie que existe entre la ciencia y la religión, entre lo demostrado y lo indemostrable; a la poesía compete la descomunal tarea de reconciliarnos con el mundo. La una plantea una pregunta tras otra en la certeza de que no encontrará respuesta para ninguna, resignada de antemano –y eso la engrandece- al convencimiento de la inaprensibilidad de la verdad; la otra (“¿Tu verdad, no, la Verdad / y ven conmigo a buscarla, / la tuya guárdatela) no sólo no se resigna sino que se deja el alma en cada verso buscando la verdadera verdad a través de la palabra precisa, de la rima redonda, de la metáfora sublime. La filosofía, cuando sube a cotas que atraviesan las nubes, se convierte en pura poesía, y ésta, en sus momentos excelsos, es filosofía con música. Bucear en uno u otro