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Mostrando entradas de marzo, 2013

¿Un hotel?

Me desperté con la misma tensión de todas las mañanas, los músculos agarrotados, la garganta seca y dolorida y una telaraña espesa sobre mis ojos, por no hablar del dolor lacerante en mi cabeza. Me levanté y traté de arrastrar con las friegas de agua la película de lo que fuese que me estaba impidiendo ver. Pero aquello se resistía, no eran simples legañas. En ese momento sonaron unos golpes en la puerta de mi estancia. ¡Jodidos hoteles! Siempre fastidiando en el momento menos adecuado (que si es para hacerle la cama, que si es por si necesita algo, que si el minibar...). Está bien, contesté, pasen y dejen lo que sea o hagan lo que tengan que hacer, gracias. Sentí entrar y, al momento, salir al empleado. Bajé al jardín a tomar el sol. Lo que enturbiase mis ojos fue desapareciendo por momentos, mis músculos se relajaron y el dolor de cabeza remitió. Tumbado en la hamaca más cercana a la piscina que encontré busqué sin éxito recuerdos, referencias de la última noche. Nada.

El hotel

Elegí el hotel porque su fachada no afectó a mi ánimo. Nada vi en ella que me predispusiera a favor o en contra de aquel establecimiento por mor de alguna tecla secreta de mi subconsciente sutilmente tocada por aquella contemplación. Así que entré, me inscribí (con nombre falso, como siempre), me instalé en la habitación que me asignaron dejando la maleta en el suelo y lanzándome a la cama con la avidez de quien se hunde en las aguas de un río un mediodía ardiente de verano. Cuando desperté ya era de noche, una noche estrellada de verano apenas menos calurosa que la tarde. Abrí el balconcillo que daba a la playa y encendí un pitillo acodado en la baranda. Había un paseo marítimo estrecho y mal iluminado por donde se veían caminar parejas y correr a viejos mal informados sobre las virtudes del deporte a cierta edad. Al fondo, el mar donde se reflejaban, rieladas, las luces estelares. Tiré la colilla y entré en la habitación para tomar una ducha. Entonces escuché los pasos

Un partido

No era un partido de futbol cualquiera, era contra el colegio Europa. Un grupo de nosotros, todos del colegio malagueño Puertosol, situado en el puerto de la Torre, habíamos dejada bien alta la bandera de nuestros valores (o rencores) personales en distintos torneos de fútbol donde si no ganábamos quedábamos muy cerca. A p esar del nulo apoyo de nuestro colegio . Éramos unos amigos que además de compañeros de estudios buscábamos algo más de lo que aquel colegio nos proporcionaba: una gloria deportiva que nos pertenecía. Una pequeña gloria que ansiabamos tanto como los notables o los sobresalientes que recibíamos tal vez a modo de compensación por las carencias de infraestructura deportiva de aquel bendito Puertosol. Y un día nos dijeron sin más: “El sábado tenemos partido con los del colegio Europa, en su campo.” El colegio Europa era para nosotros la repera, el top ten. Sus alumnos eran, a diferencia de nosotros, listos, guapos y con futuro. Su equipo de fútbol

Tertulias etílicas

Veo de vez en cuando un programa de televisión cuyo nombre no consigo recordar (El agua y el gato, el cascabel al agua, el cascabel del gato...). Es un programa de debate sobre prácticamente todo siempre que la opinión sea más importante que lo opinado, como viene siendo norma en todos los programas de debate. Lo que llama la atención de este es que los contertulios, en vez de -o además de- la dichosa iPad tengan sobre la mesa una copa de vino tinto. Mi perplejidad se revela a través de algunas preguntas: ¿Por qué tinto y no blanco? ¿Por qué iPad y no iPad mini? ¿Por qué no agua? ¿Por qué no Samsung?...y así 'ad infinitum' o casi. Lo que de verdad me gustaría saber es si la presencia de la copa de vino se debe a un capricho del encargado del atrezzo o a una exigencia del responsable del decorado. Porque si la culpa fuese del primero le mentaría a la madre; y si del segundo, a la madre que lo parió. El alcohol, sea quien sea el hijo de la madre a quien me d

Olfato literario

  Me gusta hacer como que hago de ratón de biblioteca, pero solo en blibliotecas frívolas, como Fnac o Casa del Libro. Las serias apenas las visito porque la miasma del muermo que desprenden me producen sopor. En las frívolas, desprovisto del hábito de la canonjía, me muevo a mis anchas y disfruto como un enano. Enano, enano... ¡El señor de los anillos! La leí tres veces, la primera convaleciendo en un hospital de Málaga en pleno Agosto. Soporté el suplicio de semejante convalecencia gracias a Mr. Tolkien y su universo, tan minucioso que acaba por dar miedo. Miedo a la posibilidad de lo otro, y ese miedo me alegró las noches de calor infernal. Gracias señor Tolkien. Por cortesía no opinaré sobre la película que años más tarde se hizo. Además no la he visto. (Me temo que voy por mal camino). Hace unos doce años, hurgando entre los estantes más bajos de una de esas frivolitecas (anda, me acabo de inventar una palabra), rescaté dos libros casi polvorientos, bueno, al menos uno de

Robinson y la economía

  Es difícil, a pesar de carecer uno de unos mínimos conocimientos sobre economía y finanzas -y por consiguiente de políticas económicas y financieras- sustraerse a la tentación de elaborar -es un decir- su propia teoría de por qué estamos atrapados en esta espantosa crisis que, digámoslo, es ya mundial. Antes de exponer mi teoría permítanme que les cuente a modo de anécdota tal vez aclaratoria lo que un servidor oyó en una clase de macroeconomía dentro de un programa para directivos tipo MBA. El profesor era didáctico, elocuencia no le faltaba y se complacía escuchándose. Esto fue más o menos lo que dijo para ilustrar el fenómeno de la inflación, que es muy resumidamente el alza injustificada de los precios de los productos de consumo con el consiguiente deterioro del poder adquisitivo de las rentas de las familias. “ Imagínense a Robinson Crusoe, náufrago a la fuerza -y qué náufrago no lo es- y único habitante de una isla desierta, es decir, sin congéneres. Robinson s