Jim, la asiática, la huraña supuesta compañera de piso de la Madison MacCoy pelirroja se la había cepillado sin un parpadeo de sus ojos rasgados. Un tiro certero en la nuca que traslucía habilidad en el manejo de armas de fuego. La pistola, inmóvil en su brazo tieso como una ballesta, me apuntaba a mí al haber caído Madison. Sopesé en su mirada la posibilidad de que me liquidase también. Ella adivinó mi pensamiento y bajó con lentitud el brazo. En su cara apareció el esbozo de una sonrisa. -¿Asustado, Benjamin? -Acojonado, para ser precisos. -No hay motivo. Sígueme. Subió la escalera hasta la planta superior delante de mí, sin volverse para comprobar si la seguía u optaba por huir. Creo que me sabía incapaz de lo último. Entró en un dormitorio y me invitó a seguirla. Se sentó frente al espejo y asistí embobado a un ritual de desmaquillaje y transmutación de identidad al final del cual pude contemplar en el espejo iluminado por focos la mirada azul y el pelo rubio de Madison Mac
Un alienígena alucinado.