Entro en una farmacia y oigo un retazo de conversación que despierta mi interés y azuza mi imaginación. Aventuro que son dos amigas que se acaban de encontrar tras un tiempo; cuarentonas. "Hay pocos y la mitad son gays", dice la que despierta mi curiosidad; es maciza, pechugona, sólida. "Así que leo, voy al gimnasio, paseo, en fin, ya sabes". La otra asiente, sabe, o imagina que sabe. La del lamento sereno tiene la mirada hambrienta, ojos suaves de gacela en celo que imagino transformados en sus momentos amargos de soledad impuesta en ojos huraños de perro resabiado, en ojos iracundos de pantera despreciada, en ojos húmedos de cenicienta en eterna espera del portador de su zapato de cristal. Hay pocos y la mitad son gays. ¿Y qué pasa con la otra mitad? ¿Son demasiado exigentes? ¿No les bastan tus curvas algo excesivas pero aún firmes, tu rostro moreno de mejillas arreboladas? ¿Se asustan quizá de tu mirada ansiosa, evidente, sin misterio? Se pierde la habilidad de s
Un alienígena alucinado.