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Mostrando entradas de octubre, 2008

Ejercicios de estilo

El hombre del traje y el abrigo azul camina despacio por la acera de la calle Larios, la más céntrica de la ciudad, observando de pasada algunos escaparates de tiendas de ropa. Casi al final de la calle, en dirección a la plaza de la Constitución, lo aborda un mendigo de los tantos que hace años transitan errabundos por mi ciudad y le pide tal vez limosna, para comer dirá –las necesidades de nuestros parias han variado, y hoy día la droga es casi más necesaria que la comida, también más cara-, al menos un cigarrillo. El hombre del abrigo se detiene y le dice algo al mendigo, parece recriminarle; pero acaba sacando unas monedas del bolsillo del pantalón y se las da. Después sigue su camino. El mendigo mira las monedas durante un minuto y después increpa al hombre, que no parece darse por aludido.  Hombre trajeado paseando, abordado por mendigo, hombre da monedas a mendigo, hombre sigue camino, mendigo insulta hombre, hombre ni caso.    No es presunción observar que el caballero

Al revés

A veces pienso que…que…que… Bueno, a veces pienso. Por ejemplo, hoy me ha dado por pensar qué ocurriría si pudiéramos invertir el curso natural del tiempo. No tengo muy claro cómo sería eso, pero a efectos de imaginar paridas da mucho juego. Yo podría, un poner, escribir un libro de poemas que se titulase, digamos ‘Prosas profanas’, y acto seguido denunciar por plagio a un pillastre que se llamara Rubén Darío para sacarle unos cuartos. O, echándole estómago, hacer la corte a la hoy añosa y ajada Lauren Bacall para, llegado el momento, poder sacar pecho paseando abrazado a ella, de nuevo lozana y hermosa, ante las narices de un pasmado Humphrey Bogart. O hacerme cargo de toda las hipotecas ‘subprime’ que mi capital me permitiese para convertirme en archimillonario hace un par de años. Si el vendaval de la vida me zarandease podría consolarme sabiendo que treinta años atrás seré otra vez un niño feliz. Y si tú acabas por abandonarme te advierto que hace doce años no se me ocurrirá in

Hogueras

Si hay algo que la Historia ha demostrado es que el destino natural del libro es la hoguera. Nunca sabremos cuántos miles de volúmenes han sido pasto de las llamas, cuánta sabiduría ni cuánta hermosura han servido para calentar a tanto desalmado y tanto fanático que nunca supieron lo que se perdían si en vez de quemar aquellos libros los hubieran leído. Las quemas de libros siempre han tenido lugar en el contexto de conflictos religiosos, en los que los supuestos elegidos para la eternidad de un bando se han apurado en destruir lo único que podía hacer grandes y hacer libres a los del bando contrario, aquello que podía convertirlos en superiores a ellos mismos y destronarlos de su condición de elegidos. ¿Por qué si no iban a causar los libros tanto pavor a quienes jamás han leído ninguno? ¿Qué otra cosa puede haber en ellos que invoque el ensañamiento de los enemigos de sus lectores? Si la fe mueve montañas, la sabiduría las devuelve donde estaban, les reintegra su condición telúrica

Como siempre

Mi fino olfato de perro callejero me lleva hacia ti atravesando el manto brumoso y tenue de la noche. Merodeo por tus contornos y suplico con la mía una mirada tuya que disipe las tinieblas que me envuelven. Soy un superviviente de mil amores naufragados y mi vida zozobra de nuevo ante la galerna que desata en mi seno tu callada promesa de no ignorarme del todo. Tu presencia llena mi mundo y tus aromas de azahar alimentan mi pálida condición de perro loco y solo. Me humillo a tus pies, suplico en silencio una caricia, un murmullo amable, una mirada, algo, nada. Perplejo una vez más, casi abatido, me alejo tristemente de tu vera, aún esperando un milagro de última hora: un silbido tuyo, una llamada, para correr hacia ti ciego de alegría, ni siquiera esperando unas migajas, un reseco hueso de las sobras de tu misericordia, sino sólo contemplarte, eternamente contemplarte durante unos minutos por última vez una vez más, antes de que me eches de tu lado como siempre, y me aleje para siem

Lo fantástico diminuto

He leído a muchos entendidos explicar prolijamente cómo se debe escribir un cuento, qué se de evitar y qué jamás omitir. Los mejores cuentos que he leído incumplen escrupulosamente la mayoría de las recomendaciones de tan doctos especialistas, lo cual no invalida los dictámenes de estos, porque mi juicio sobre la excelencia de dichos cuentos es de una parcialidad inmaculada: son los mejores para mí, según mi parecer y sin hacer uso de otra herramienta para evaluarlos que mi criterio estético, que no atiende a normas ni obedece disposiciones. Hay un ‘Final para un cuento fantástico’, de I. A. Ireland, incorporado por Borges, Bioy Casares y Ocampo a su ‘Antología de la literatura fantástica’ que me parece una genialidad. Es un posible final pero también un cuento completo en sí mismo, una miniatura excelsa que se ha ganado un asiento, pese a su minimalismo, en el olimpo de la literatura fantástica. Lo reproduzco.   <<-¡Qué extraño! –dijo la muchacha, avanzando cautelosament

Un sueño

El hombre de la tez morena se inclina sobre la cuna y acaricia brevemente la cara sonrosada del bebé. Sus ojos se pasean por la diminuta figura, contemplándola con ternura. Y comienza a susurrarle como si estuviera cantando una nana, pero en realidad le está hablando dulcemente.  ‘Hijo mío, aún eres muy pequeño para comprender lo que voy a decir, pero algún día tal vez lo sueñes o lo recuerdes. La vida no es fácil para casi nadie y tú no serás una excepción, pero quiero que sepas algunas cosas que te sucederán, aunque de sobra sé que el conocimiento del porvenir no lo ha de variar un ápice’.  ‘Tendrás tres hermanos y uno morirá chico. Intuirás pronto que la vida de adulto suele ser infeliz y por eso desearás no crecer, permanecer por siempre en el juego inacabable de la niñez. Pero irás creciendo y descubrirás pronto el dolor que produce la vida al indefenso, al ingenuo, al crédulo. Conocerás la infamia y la deslealtad, la mentira y la vileza. Practicarás, en ocasiones, alguna de

Vacío

Hay ocasiones en las que uno no sabe sobre lo que escribir, aunque escribir sea un medicamento prescrito por el instinto de supervivencia. Son los ‘días marrones’ de los que se lamentaba Audrey Hepburn en una inolvidalble escena en la escalera exterior de su apartamento ante George Peppard, en ‘Desayuno con diamantes’ (gracias por todo Billy Wilder). Yo llevo semanas padeciendo esos días, o tal vez un interminable día que dura semanas. Adoro a Ray Bradbury, pertenece a una raza de escritores que no precisan lápiz ni papel: sus creaciones son trucos de magia y nunca se le ve nada en las manos, crea a la manera de los dioses, sin que los humanos alcancemos a conocer los ingredientes ni la manera de cocinarlos. Dice Bradbury que para escribir hay que vomitar por la mañana y limpiar por la tarde. Su curiosa metáfora lo dice todo, no hay límites para la creación, sólo acertados recortes y aditivos para mejorar el producto, o al menos ponerlo bonito. Y eso es todo. Tan fácil y tan compli

soneto sin sentido

No hay recompensa para mi labor paciente Ni habrá esquela vana en ningún periódico Mi búsqueda tiene por fin lo ilógico: Entregarte el origen de mi amor doliente.   Cuando casi lo tengo, un azar impertinente Me distrae y cesa mi denuedo antológico Y herido y humillado me desespero, es lógico Si piensas que he sufrido y luchado contracorriente.   Combato contra el sino que a ti me ayunta, Un desigual combate que mi fe no menoscaba Consciente como soy de que eso ya no abunda   Mas intuyo que este eterno luchar se acaba Que pronto descansaré junto a tu tumba. ¡Que alguien cruce sobre la mía mi espada!

Mis carencias

Una pulsión de mi intelecto me exige que examine mi conciencia y dictamine sus veredictos. Tengo la mente obstruida y mis pensamientos residen, ajenos a mí voluntad, en un limbo idiota. Espero ir poco a poco recuperando la capacidad de pensar en cosas vanas, y vanamente plasmar mis reflexiones en este espacio al que tengo tanto apego. Será cosa de días o de meses, no lo sé, pero sí predigo que desgarrados debates levantaré ante mí mismo. Hoy no tengo perspectiva, mañana será distinto. No por vanidad he puesto enlaces de relatos que me han publicado en Letralia. Cuantos he enviado han sido publicados y eso me pone nervioso. Soy suspicaz, pero siendo consciente de la autoridad literaria de esa editorial, me rindo y sólo digo gracias.

Tú otra vez

No consigo recordar que he de olvidarte Que es el pasado otro mundo y otra esfera Otro universo irrescatable, aunque quisiera Rescatar vilezas tuyas para despreciarte.   Te amo aún aunque hay mil hechos para odiarte Y aunque me empeño no encuentro la manera (y en ese empeño se me va la vida entera) de dictar tu condena al ser yo juez y parte.   Condeno tu frialdad premeditada y tu  encender un fuego en mí que es hoy rescoldo Las prometedoras llamas por ti apagadas   No te juzgará mi curtida piel de olmo y una duradera vida triste y amargada me espera por esperar algo en tu fondo.

Tú, musa

Merodeas los márgenes de mi paciencia Insinúas que de mí saldrá algo sublime Me incitas a que del grácil numen libe Prometes que guardaré las apariencias.   Eres molesta, insistes y la insistencia en tus rondares propician que me anime que azuce a mis neuronas, que las avive a un inalcanzable universo de elocuencia.   Quiero dejar claro en este triste verso Que reconozco tu negra mano en ello Que mis palabras no inmutan el universo   Que ni siquiera crear saben algo bello. Que cuando leo y releo hasta su anverso   Su vulgaridad dicta mi descabello.

Diálogo de sordos

Mil silencios de diáfana elocuencia Que nacen en un pecho cualquiera Dicen verdades redondas como eras Mas nadie presta oído a sus sentencias.   Más de mil monólogos de ciencia Que expertos en saberes profirieran No alcanzaran a valer lo que valiera Un silencioso dolor de penitencia.   Nos fue dada la voz y a voz en grito Desde entonces nos comunicamos Convirtiendo diálogo en refrito.   Si hemos heredado nuestro oído ¿Por qué sólo la lengua utilizamos? ¿Por qué ser sordos, necios y aburridos?

La musa

Te me acercas lo justo para que brille mi pupila Y te alejas enseguida, vanidosa en tu belleza, Sabedora de tu poder, veleidosa, de cruel entereza Mientras sangre negra y seca mi costado destila.   Vienes y vas y no paras un segundo tranquila Demorándote en mi agonía ¡pírrica proeza! Zahiriente, inmisericorde, preñada de tibieza Moral, que es maldad mezquina y me aniquila.   Tú por tus regiones y yo en mi huerto La distancia entre ambos insalvable, Desde que te conocí lo supe cierto:   Que no podría existir, eso impensable, Un lazo que una suprema voluntad tendiera Por que no se realizara lo irrealizable.

Un lago

En un lago de tristeza Me asomé como a un espejo Y me hirió ver el reflejo De unos ojos sin certezas.   Vi por frente una corteza De olmo ajado, de olmo viejo Y vi un ingrato entrecejo Labrado con mil vilezas.   Ese día en ese lago Comprendí que había vivido En un penal recluido   Construido con mis manos. Para no poder fugarme La llave hube de tragarme.

Competitividad

Él era un ejecutivo competente y de éxito, apuesto, de mediana edad. Su camino hacia el éxito nunca se vio entorpecido por la menor vacilación en su seguridad por lograrlo. Había conseguido el destino que, con empeño, decisión y seguridad en sí mismo, deseó a edad temprana. Era un triunfador, en los términos que él mismo y gran parte de la sociedad consideraban que eran los necesarios para ello, sólo que con el aderezo de la vocacionalidad. Deseaba triunfar a toda costa, era ambicioso y nunca sintió escrúpulos para deshacerse del los obstáculos que se pudieran interponer en su camino hacia el triunfo. Ella era una ejecutiva competente y de éxito, guapa, elegante y con un atractivo natural que, precisamente por serlo, desconcertaba en un mundo machista donde los hombres se iban acostumbrando a competir con mujeres que aceptaran las reglas del juego que ellos dominaban, pero no con las que se mostraban descaradamente sinceras, sin sentirse obligadas a obedecer unas reglas que no ente