Aunque pueda extrañar a quien me conozca, yo fui un niño muy sensato, o así lo creía; en realidad estaba convencido de ello, o eso quería creer. Recuerdo que una vez mi padre me preguntó qué quería ser de mayor y yo, sin dudarlo un segundo, respondí que de mayor quería ser un adulto. A mi padre la respuesta le molestó, tal vez porque tenía puesta en mí alguna esperanza de mejoría, o de algún atisbo de normalidad; me miró con pena y susurró: 'si no fueras tan listo tal vez serías menos tonto'. Mi aspiración infantil se ha cumplido en parte: físicamente no cabe duda de que soy una persona adulta. El resto de mis facetas, sean cuales sean, aún flotan a la deriva en el limbo indefinido de una niñez perpetua, sin encontrar una salida hacia delante ni hacia atrás, es decir, que ni maduro ni vuelvo al nido, sino que permanezco, indolente, en un ámbito ajeno al espacio y al tiempo, contemplando pasar la vida retrepado en mi desidia mientras mordisqueo un mondadientes. Las leyes
Un alienígena alucinado.