Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo dejar de preguntarme: ¿será que esta especie tiene por destino la perpetuidad y para ello se va adaptando, bien que tarde y mal, al irregular latir del devenir histórico? ¿Estarán echando cabeza por fin? Quién sabe. Sólo sé que con casi plena seguridad yo estaré presente cuando se esclarezcan los enigmas que entonces, en ese futuro, serán históricos. Es mi destino, lo quiera o no, y ahí estaré como hoy estoy aquí, obligado vigía por destino y, para qué negarlo, también por vocación, reflexionando tan imparcialmente como me es posible sobre los avatares del periplo cósmico de este mundo insignificante pero cuya existencia es necesaria para otras existencias que en él perviven y de él se nutren.
Nunca me han hecho gracia los chistes, me parecen una pérdida innecesaria de ingenio que, aplicado a otras causas o menesteres, tan provechoso podría ser. Los de Jaimito, los de “se levanta el telón y…”, los de chinos, los de parejas y cuernos, los de ancianos, los de indios, los de mariquitas. ¿Es tal vez una válvula de escape a las tensiones sociales que generan o pueden generar determinados asuntos sociales bastante escabrosos y de difícil abordaje con las reglas tradicionales del protocolo o, como se dice ahora, de lo políticamente correcto? ¿Tal vez simple mala uva y ganas de burlarse de minorías o grupos percibidos como diferentes, casi siempre por falta de voluntad para conocer lo ajeno, lo otro, que es al mismo tiempo tan cercano y con lo que hay que convivir, se quiera o no? No lo sé, sólo sé que el chiste es el peldaño último para afianzar una mutua confianza de tasca, o simple compadreo y que abarca la mayoría de los estratos sociales (algunos, muchos, no están para chistes, nacieron condenados a no reír sino a penar y a supervivir a cada día), una rúbrica a un contrato de camaradería, un decir: “colega, puedo hablar contigo de las cuatro gilipolleces que desde pequeño deambulan sin norte por mi sesera porque tú eres tan estúpido como yo, gracias por compartir mi necedad” (esto no se piensa explícitamente, pero tengo para mí que en el fondo esa gente lo intuye de forma vaga y molesta, les incomoda el atisbo de su gran necedad no sé, alguna migaja de ética han de tener, qué menos, ¿no?). Y dicen que quien ríe el último es el que no ha pillado el chiste. Es lo que me suele pasar a mí.
En el Gwendal, el pub de mis dolores, Vicente, su propietario, gobierna sus dominios como lobo que defiende su camada, cancerbero celoso de su propiedad; no se le escapa nada ni nadie y pone orden allí donde parece que la cosa se desborda sin consecuencias desagradables ni aspavientos innecesarios, con tiento y mano izquierda pero firme, con dos cojones, vamos. A veces me pregunto cómo un tío tan canijo le puede echar tantos huevos. Evidente, me respondo siempre, es su negocio, el pan de sus niñas, su sustento. Hubo un tiempo en que yo contribuía a la mitad al menos de sus ingresos, pero fui rescatado, como siempre, por mis hados madrinos, cuya identidad se sabrá a su debido tiempo.
“Cinco es una aproximación al infinito bastante buena”. Murphy, ley de.
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