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Yo y yo


Los humanos, cuando crees que su crueldad no conoce otros límites que los del hastío que acaba por producirles tanto esfuerzo por hacerse daño, te sorprenden con gestos tan opuestos a lo atroz en el espectro moral que podría pensarse que hay dos personalidades distintas, dos grupos sociales contrarios en el seno de cada persona y de cada sociedad, respectivamente. Y no le faltaría razón a dicho postulado, porque pareciera que alguien depositó en el alma atávica, tanto singular como grupal, del hombre y de sus colectividades, dos semillas diferentes que al germinar otorgaran a un mismo organismo la capacidad para lo mejor y para lo peor. Según el psiquiatra Víktor Frankl, que sufrió durante años la crueldad de un campo de concentración nazi -y la pérdida, a manos de ellos, de su seres más queridos-, un oficial de la Gestapo de afamada crueldad con los prisioneros a su cargo vivió los últimos años de su vida dedicado a procurar el bienestar del pueblo argentino que sin saberlo lo albergó. El ser humano, cuyos actos soberanos no dejan de ser imprevisibles, es a su modo un dios con potestad para decidir destinos a voluntad y para salvarse o condenarse como individuo y como especie. El problema es que nadie le ha dicho cómo debe conducirse un dios, por pequeño que sea. Y si la historia nos enseña algo, es lo mal que se le da improvisar.

Si yo no fuese yo y fuese otro por un tiempo, ¿me podría añorar a mí mismo sin caer en una contradicción?

Comentarios

Enrique Páez ha dicho que…
Luis: Yo creo que sí. Y hasta podrías añorar lo que nunca has sido, el hermano que no tuviste, o la ciudad que no viviste.

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