La diferencia entre creerse buena persona o considerarse mala persona es muy similar a la que existe entre ser buena persona o no ser buena persona. Con el pequeño matiz de la subjetividad y el sentimiento de culpa y que, en ausencia constatada de la objetividad -siempre inaprensible- y la autoindulgencia, tiene su miga. Seamos sofistas –con perdón-; si la objetividad es una entelequia, es decir, nunca una verdad verdadera, y la subjetividad consiste en lo que a cada cual le salga de los cataplines, bien por hacer, bien por interpretar: ¿qué verdad podremos alcanzar sirviéndonos de nuestro intelecto, tan limitado como, oh Dios, subjetivo? Ninguna. Esto lo han promulgado filósofos de todas los tiempos, y lo corroboro yo con la autoridad que me otorgan mis limitadas entendederas y mis ganas de decir lo que me sale de los cataplines. Joder. En ausencia de réplicas, que para eso mi blog es mío y no admito intrusionistas, declaro que divago por el placer de divagar y quien no entrevea un hilo conductor argumental en este humilde rincón de vertidos gaseofáceos es que está en inmejorables condiciones intelectuales para mandarme a tomar por el culo. Y yo que lo respeto, porque tendrá más razón que un santo. Vaya mierda de blog, perdonadme los que tengáis un corazón magnánimo. Los demás pues lo dicho, me mandéis a que me den.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios