Desde hace un par de semanas vengo sufriendo pesadillas. Siempre que mi estómago se pone borde las padezco. Yo creo que la pesadilla es el cobrador del frac del pasado que viene a reclamarnos facturas pendientes; puede ser, no lo sé; lo que sí sé es que cuando tengo una despierto más jodido que una jirafa con tortícolis. En ellas se cuelan, sin pedir permiso, los fantasmas de todos tus miedos encarnados en recuerdos oníricos que ya creías perdidos en la espesa niebla del olvido. Así que de repente te encuentras con el matón aquel que en el colegio te hacía la vida imposible. Y como es un sueño, tú te decides a plantarle cara y también a partírsela sin misericordia, pero no puede ser porque entonces no sería una pesadilla, así que tienes que aguantarte y sufrir, treinta años después, la misma humillación que convirtió aquella época de tu vida en una pesadilla. Otras no tienen un contenido tan explícito y para descifrarlas habría que recurrir a un psicoanalista. El problema es que estos profesionales de la cara oculta de la mente te someten a interminables sesiones que pueden prolongarse durante años y en las que tras descartar que tienes complejo de Edipo o envidia del pene de tu padre, acaban concluyendo que lo que te ocurre es que no has superado el trauma que te produjo el matón aquel del colegio que convirtió tu vida en una pesadilla y te la arruinó para siempre. Y encima te cobran.
La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...
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