El verano madura y se deshace en calor y en playa y en rayos de luna que hienden el mar. Las noches se adornan con el rutilante deambular de los veraneantes insomnes, infatigables en sus ansias de ocio, que ahogan la evidencia de su inevitable regreso a lo cotidiano buscando maneras distintas de disfrutar, para acabar, como cada verano, aburriéndose con los mismos esparcimientos repetidos y cansinos, tan rutinarios como la misma vuelta a la rutina. Ocio y trabajo, amistad y amor, estancias del alma mal amuebladas, incompletas, vacías, o peor, decoradas con mal gusto, el mal gusto de los que no saben llenar su tiempo, de los que se dejan llevar por el viento de la vida como cometas a la deriva. Ocio y amor, trabajo y amistad, ilusiones, desengaños, esperanzas, olvidos, mareas que suben y bajan, reflujos, odios y celos, desencuentros, despedidas, la vida que se va, que no sabe esperar, que hay que saber atrapar, que atreverse a atrapar, aferrarse a ella o morir, o estar ya muerto y no saberlo, estar ya muerto y de vacaciones, buscando con ansia el ocio que nos distraiga de una rutina que será ya eterna, tan eterna como la propia muerte.
El mar es siempre una buena elección. Acérquense a él los atareados, los robotizados, los anestesiados, los previsibles, los infelices, los desilusionados, los aburridos, los deprimidos, los agoreros, los atormentados, los descreídos, los aguafiestas, los amedrentados, los afligidos, los desalmados y los cretinos. Si no mudan en las saladas olas de espuma la ajada piel de sus almas, ni revitalizan bajo la danza de las mareas sus espíritus turbios y deslustrados, no habrá salvación para ellos, no habrá salvación para nadie, seguiremos viviendo la existencia de los condenados, con un pie en la nada y el otro en la tumba. Esperando sin esperanza otro verano que tal vez nos salvará. ¿Pero de qué, de quién? Quizá de nosotros mismos, los mismos que siempre seremos, los mismos que nunca hemos sido, porque en vez de ser elegimos poder haber sido, porque en vez de ocio y trabajo y amistad y amor elegimos rutina. Porque en lugar de hacia el mar escogimos huir hacia ninguna parte, arrastrados como cometas errátiles por el viento caprichoso de nuestro destino sin rumbo.
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