Ir al contenido principal

Viena


Siempre he preferido la balsámica soledad y el olor añejo de las antiguas iglesias al bullicio de las aglomeraciones. Me gusta la paz de las soledades, el misterio del recogimiento, la penumbra eterna de los rincones donde nunca habitó el sol, el olor místico del moho de los siglos, los muros y las columnas pensados para el recogimiento del alma, el frescor agradable de los claustros. En los monasterios y en los conventos, con un poco de suerte, uno atisba fugazmente las respuestas a las grandes preguntas, las intuye sin aprehenderlas, como estrellas fugaces en una noche sin luna.

Por eso, cuando visito ciudades grandiosas de glorioso pasado, lo primero que hago es visitar sus templos y sus santuarios: mezquitas, pagodas, iglesias, tanto da. Así lo hice en Viena. Ciudad monumental que fue eje de toda una cultura, Viena ofrece al viajero una hospitalidad cosmopolita que forma parte de su herencia milenaria. Herencia de otros tiempos en los que ser vienés significaba ser moderno, culto, respetuoso, tolerante, generoso y hospitalario. Me dispersé por sus iglesias: la catedral de San Esteban, la iglesia de San Pedro, la de San Carlos, la Votivkirsche, la Cripta de lo Capuchimos, y otras muchas. Me perdí en el barrio judío y en el barrio griego. Me dejé subyugar por sus palacios, su ayuntamiento, su universidad y sus museos.

Dejé Viena con tristeza, pero con el espíritu aligerado y la mente un poquitín más abierta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ya te digo

¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...

I dreamed a dream

La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...

Vacío

Hay ocasiones en las que uno no sabe sobre lo que escribir, aunque escribir sea un medicamento prescrito por el instinto de supervivencia. Son los ‘días marrones’ de los que se lamentaba Audrey Hepburn en una inolvidalble escena en la escalera exterior de su apartamento ante George Peppard, en ‘Desayuno con diamantes’ (gracias por todo Billy Wilder). Yo llevo semanas padeciendo esos días, o tal vez un interminable día que dura semanas. Adoro a Ray Bradbury, pertenece a una raza de escritores que no precisan lápiz ni papel: sus creaciones son trucos de magia y nunca se le ve nada en las manos, crea a la manera de los dioses, sin que los humanos alcancemos a conocer los ingredientes ni la manera de cocinarlos. Dice Bradbury que para escribir hay que vomitar por la mañana y limpiar por la tarde. Su curiosa metáfora lo dice todo, no hay límites para la creación, sólo acertados recortes y aditivos para mejorar el producto, o al menos ponerlo bonito. Y eso es todo. Tan fácil y tan compli...