Leo en el periódico El País la noticia sobre el controvertido libro que la periodista Pilar Urbano ha escrito sobre la Reina. Su aparente objetividad se derrite como la cera cuando me doy de bruces con el comentario ‘conocida periodista del Opus Dei’ para referirse a la escritora. Se trata de una observación que está fuera de lugar en el contexto de la noticia y es claramente tendenciosa. Nada nuevo en ese periódico que se afilió incondicionalmente al PSOE y profesa al parecer un equívoco apego a la Casa Real que le lleva a omitir o adulterar ciertas noticias sobre aquella para proteger a ultranza ante el mundo su imagen de familia feliz, paradigma de la familia española.
Y es que si es cierto –y hasta el momento nadie lo ha desmentido- que Pilar Urbano se ha limitado a transcribir literal y literariamente el contenido de cientos de horas de conversación con la Reina; si es cierto que ante la menor duda sobre el significado de algún comentario de esta no ha dudado en hacer que se lo aclarasen desde la Casa Real; si es cierto que el manuscrito definitivo fue remitido a la misma para que lo bendijese con su visto bueno, cosa que hizo; si es cierto todo eso, entonces decir que Pilar Urbano es del Opus Dei tiene la misma relevancia que decir que es de Albacete, esto es, ninguna; y decirlo con la impertinencia con que lo hace El País no puede tener otro fin que salpicar de sospecha la profesionalidad de la periodista insinuando que ha adulterado el contenido de las declaraciones de la Reina. Un proceder desgraciadamente bastante habitual en el periódico que un día fue la voz de la democracia en España.
Y es que ¿a qué esa defensa a ultranza de la imagen de la Corona? ¿No son acaso ciudadanos españoles? Si deciden hacer públicas sus ideas aunque eso signifique la ruptura del principio de neutralidad que tácitamente se les atribuye ¿a qué tanto escándalo? Que los ciudadanos conozcan lo que realmente piensan sus reyes y se formen su propia opinión sobre ellos. Cuando el Rey dio aquella famosa réplica a un Chávez con hemorragia verbal pudimos al fin ver parte de la verdadera cara de Don Juan Carlos: un tipo que retuerce el colmillo cuando le tocan las narices. Nada que ver con la imagen edulcorada que los medios nos han venido ofreciendo desde que asumió la jefatura del estado.
Si queremos una Corona artificial que viva idílicamente en un edén donde nunca ocurren cosas malas ni nadie hace ni dice cosas feas o censurables, una Corona que sea el departamento de imagen del Estado español, entonces que se tomen las medidas necesarias para que no hablen cuando no se les pregunta ni le cuenten lo que piensan a periodistas para que luego lo publiquen en un libro. Y también para que no se divorcien ni se casen con plebeyos divorciados, porque eso queda feo y rompe el principio de intachabilidad que los mantiene por encima del resto de los mortales.
En caso contrario, hablemos de la Corona libre y honestamente, sin miedo a que se rompa como si fuese una escultura de cristal. Y, sobre todo, hablemos de la Corona con sincera imparcialidad y sin afán protector, que ya es mayor de edad y no precisa de valedores.
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