Ir al contenido principal

El ciego del perro III


Habíamos dejado a nuestro protagonista (porque es de suponer que es el protagonista, ¿o no? ¿Será otro personaje? Entonces por qué tanta atención al ciego, tanto dato acerca de él. (Dejemos esa cuestión para más adelante.) Nuestro posible protagonista, el ciego, pasea con su perro por una playa desierta rumiando su desgracia y sintiéndose doblemente desgraciado, por haber perdido la vista y por no asumir este hecho, esta nueva condición que ha alborotado su universo entero, el físico, obviamente, y el psicológico –por supuesto, también el anímico, sobre todo el anímico-. Digamos que pasea cada día por la misma playa, cada mañana, una rutina que se impone para mantener el cordón umbilical con el mundo, para no encerrarse dentro de su tragedia y acabar por volverse loco. Un paseo medicinal, que tal vez le recomendó el médico, o su hermana Dorotea, más probable el médico, al que tolera porque de algún modo le ayuda o está ahí si lo necesita por alguna urgencia extraordinaria –ansiedad, insomnio, ataques de pánico, imposible anticipar los efectos secundarios de una lesión como la suya, aunque es de prever que alguno haya-, no así a la hermana, a la que no tolera porque…, ¿por qué? Siempre la ha querido mucho, se confiesa en un arrebato inesperado de sinceridad mientras la brisa del mar le alborota el flequillo, siempre ha sido su hermanita pequeña a la que él tenía la obligación de cuidar, y le gustaba –no, le encantaba- hacerlo. Qué le ofende ahora de ella, qué le ofende de sus amigos más cercanos, de sus parientes; de todo el mundo, reconoce; y por primera vez en tres años se confiesa la causa de su intolerancia a la compañía de otras personas, a su misoginia autoimpuesta, reconoce la realidad cardinal del problema: no soporta que los demás vean, mientras que él está condenado a una vida de oscuridad y sufrimiento. Es injusto, ¿por qué él? Otra vez la misma salmodia monótona y destructiva: ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? ¿Por qué?

Porque sí. Punto. Sólo que él no se para en el punto, no lo respeta, se lo salta como cuando veía y conducía se saltaba un ‘stop’. No quiere detenerse ante esta señal de ‘stop’ que el destino ha introducido en su bien conducida vida, en su planeada vida de joven guapo, rico e inteligente –también simpático y altruista, etcétera, una joya para una suegra, vamos-. Debe pararse y planear una ruta alternativa, pero no le queda tiempo pues lo consume todo en quejas y más quejas, y en sufrimientos y en preguntas inútiles, y en trabajar su nueva faceta de persona abrupta y desagradable, en alejar de sí a los suyos y a los demás, a todos.

Pero ya sabemos bastante del ciego, tal vez demasiado y demasiado pronto. Si esto fuese una novela o el borrador de una novela ya estaría el lector un tanto aburrido, impaciente, decepcionado: ¿Quién coño es este ciego para que el narrador hable tanto de él? Hay que introducir cuanto antes un elemento de tensión que haga despegar al relato, que le de vuelo, que lo cobre a los ojos del lector para que no abandone de inmediato la lectura –si no lo ha hecho ya, porque el lector es, debe ser, impaciente, es su privilegio y casi su obligación-.

Pero antes de incluir ese agente tensor en la trama volvamos brevemente al perro lazarillo, para decir muy por encima que fue un regalo de su hermana cuando él asumió –aconsejado encarecidamente por el médico, no lo olvidemos- la necesidad, la obligación mejor dicho, de volver al mundo físico, de tantear sus nuevos límites, sus posibilidades, aunque al hacerlo recordara dolorosamente las anteriores, las que le posibilitaba su vista sana, intacta, el lujo de aquella facultad de visión ahora y ya para siempre extinta, agotada, destruida, devastada por aquel –todavía por determinar- accidente que de paso arrasó y puso patas arriba su vida entera. En cuanto recibió de mala gana al cachorro –un labrador, son los mejores lazarillos, creo-, a aquella bolita peluda y juguetona decidió que no habría amistad entre ellos, que él no lo permitiría, que sería como su bastón reciente: un instrumento de ayuda para desenvolverse en un mundo de tinieblas en el que todo era nuevo, sobre todo las proporciones de las cosas, los límites, la absurda y molesta distribución de las piezas sobre el tablero de la realidad, que lo hacían tropezar continuamente con todo, lamentarse, amargarse, enfadarse, odiarse. El perro se llamó Boniato porque fue el nombre más feo que se le ocurrió, ¿quién iba a sentir apego por un ser con semejante nombre, Boniato? Fue la primera injuria que vertió sobre el perro, su nombre como un insulto. A su debido tiempo Boniato fue adiestrado y resultó ser un perro muy listo que, incomprensiblemente, sentía un fervor por su amo indigno del trato que de este recibía, para pasmo de Dorotea y de los amigos más fieles –de los que ignoraban sus exabruptos y mantenían intacto el cariño que siempre le habían tenido- que insistían en visitarlo de cuando en cuando.

El ciego y el perro, Boniato –todavía no conocemos el nombre del ciego, pero es porque él no quiere ser reconocido, su nombre saldrá más adelante, aunque a pesar de lo que crea él nada dirá al lector, nada añadirá a la historia; los nombres señalan, identifican, individualizan, pero nunca modifican- pasean por la playa una mañana nubosa. Hoy, en lugar de dar la vuelta a la altura del lugar donde finaliza el paseo marítimo, el ciego decide seguir caminando, está distraído con sus inusuales pensamientos, con su ataque de sinceridad. Y quiere continuar un poco más. No sabe –no pude verlo- que no mucho más allá un remonte rocoso interrumpe la linealidad arenosa de la playa; y detrás de las rocas se encuentra el elemento de tensión que ya hace falta como agua de mayo, ¿un incidente en apariencia trivial? ¿Una amenaza potencial o real? ¿Un peligro serio?

 

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Ya estoy esperando el perro IV. Necesito saber qué hay detrás de las rocas y qué pasa con ellos, sobre todo con Boniato. Según se mire, es un nombre bonito.
Comprendo que el ciego quisiera considerar al perro como un instrumento de ayuda nada más (cosa imposible si has tratado con perros), porque siempre me ha puesto lo pelos de punta el pensar en la horrible sensación que tiene que suponer para un ciego perder a su todo.
Luis Recuenco ha dicho que…
Boniato le dará alguna que otra alegría al ciego. Paciencia.

Entradas populares de este blog

Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO

Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...

I dreamed a dream

La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...

La inutilidad de algunos tratamientos

Cuando los padres de Miguelito llevaron a su hijo al psicólogo a causa de unos problemas de adaptación en el colegio se quedaron sorprendidos del diagnóstico: Miguelito era un superdotado para casi todas las disciplinas académicas pero un completo gilipollas para la vida. El psicólogo les aconsejó que no se preocuparan porque esto era algo relativamente frecuente y además se podía intentar solucionar con una terapia adecuada. El niño era un fuera de serie en lo abstracto y un completo negado en lo práctico. Así que se estableció un programa terapéutico que debía dar los frutos deseados en un año a más tardar. Ya desde las primeras sesiones el terapeuta advirtió que los resultados iban a depender en buena medida de la inversión de la gilipollez de Miguelito, que parecía tener más calado psíquico que las habilidades por las que destacaba su mente. A pesar de los diferentes métodos usados por el especialista para frenar lo indeseable y potenciar lo más valioso en la mente del niño, ning...