Si atendemos a nuestros sentimientos, uno es en la medida que quiere y es querido. Los acontecimientos sucesivos que van configurando nuestra vida están supeditados a una querencia indispensable para darles aliento. Desde el abrazo entrañable de un amigo hasta la fusión visceral con un amante, nuestros sentimientos configuran nuestro camino por la vida no sólo de forma determinante, sino irreversible. Somos lo que sentimos, para nuestra desgracia, porque los sentimientos despojados de razón nos reducen a meros animales, y como animales hemos construido la historia de la especie: a golpe de instinto, despreciando la capacidad de razonar y discernir que supuestamente nos diferencia de las otras especies. Pero, si controlamos los sentimientos desmadrados, ¿somos más humanos? No creo, si acaso, menos locos, menos destructivos, pero igualmente humanos. Feliz y fatalmente humanos.
La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...
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