No conozco alegoría más acertada sobre la humanidad que el mundo del circo. En ese mundo podemos ver con pasmo gentes que parecen irreales por la brutalidad esencial de su existencia, y que al mismo tiempo configuran los mitos malditos que dan carácter a la humanidad y que el resto de los humanos tratamos de ignorar en virtud de un principio de conservación de la autoestima que nos salvaguarda ficticiamente de la atrocidad inherente a todo ser de nuestra especie. Dijo Woody Allen que el mundo se divide en dos clases de personas: los tarados física o mentalmente, que constituyen la clase de los horribles; y el resto, que somos los miserables. En el espectáculo ilusoriamente mágico del circo podemos ver de cerca, como en un zoológico humano, a los horribles, porque horribles son incluso –o sobre todo- quienes acometen filigranas que percibimos como ‘contra natura’. Acróbatas, funámbulos, domadores de fieras, contorsionistas, magos; pero también la mujer barbuda, las siamesas, el hombre más alto del mundo, los enanos, los inquietantes payasos. Toda una fauna que nos sobrecoge porque enseguida entendemos que ellos también son humanos, tal vez demasiado humanos. Y el pensamiento de que también nosotros somos, en alguna medida, como ellos, nos aterra más que la más horripilante pesadilla.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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