Dicen que la cultura europea está fundamentada en las enseñanzas de Sócrates y Jesucristo, aunque ninguno de los dos escribió una sola línea. Picado por la curiosidad, me subí en la máquina del tiempo y establecí las coordenadas espacio-temporales de destino en la Atenas del siglo V a.C.; aparqué en las afueras de la ciudad y me dirigí al ágora, donde según los escritos de sus discípulos solía impartir sus enseñanzas el maestro Sócrates.
Distinguí a un grupo de jóvenes sentados en el suelo alrededor de un tipo bajo y regordete, con barba y pelo hirsutos y una enorme nariz aplastada contra un rostro picado de viruela. Conversaban con entusiasmo acerca de cuestiones diversas. Me aposté junto a la columna de un edificio, cerca de donde estaban.
-Pero, maestro -graznaba uno de los discípulos estirando el cuello para hacerse oír-, si no sé lo que es el mal, ¿cómo podré evitar causarlo?
-¿Por qué crees que no sabes lo que es el mal? -preguntó Sócrates con rostro risueño. Era increíble cómo la serenidad y la contenida alegría que se condensaban en aquel rostro obraban el milagro de transformarlo en bello sin serlo ni remotamente.
-Pues..., no sé, nadie me lo ha dicho.
-¿De verdad crees que necesitas que te lo expliquen? ¿No ves dentro de ti lo que está mal y lo que está bien?
-Bueno, sí, algunas veces sí, pero entonces no es una Verdad universal, sino una percepción subjetiva.
-Eso cuéntaselo a tu padre cuando descubra que las gallinas que le faltan no se las han robado, sino que las has cogido tú para pagar los servicios de la bella Climea -chilló otro de los jóvenes.
Risas desaforadas.
-Mira Jenofonte -atajó Sócrates-, las verdades subjetivas nos sirven para alcanzar lo Verdadero y lo Justo y todas las demás Substancias abstractas que dan contenido y vida a los objetos, al mundo de lo concreto. Úsalas como se usa una escalera, y luego desházte de ellas. Habrás subido un nivel en la escala de la sabiduría.
-Y las Sustancias abstractas, maestro, ¿es posible conocerlas de manera evidente?
-¿Tú qué crees, Platón?
-Tengo alguna idea sobre el asunto.
-Tú y tus ideas. A ver si algún día nos las cuentas.
Esperé a que el grupo se disolviera con el crepúsculo y me acerque al maestro. No se sorprendió de que yo fuera un extraterrestre que llegaba del futuro sólo para hablar con él. De hecho, parecía como si ya lo supiese.
-¿Lo sabía?
-Sólo sé que no sé nada.
-Pues para no saber nada llenarán miles de páginas con sus palabras.
-Las palabras están para que se las lleve el viento.
-¿No cree en la transmisión de la sabiduría a través de los escritos?
-No importa lo que yo crea, sino lo que los demás creen que creo.
-Está usted un pelín sofista hoy. Pues sepa que algún sabio de la posteridad afirmará que un verdadero genio siente por necesidad el impulso de escribir sus pensamientos, y que si no lo hace es que no es un genio de verdad. Y dirá también que es posible que su figura de usted haya sido considerada con excesiva bondad por sus discípulos, que habrían acentuado alegremente su talla como pensador.
-Es posible, pero tengo mis motivos para no escribir mis pensamientos.
-¿Y se pueden saber?
-Por supuesto: no sé escribir.
-¿Cómo dice? -es lo último que esperaba oír de boca de Sócrates.
-Siempre fui un vago y de niño prefería ayudar a mi padre con sus esculturas que hacer los deberes. Pero nunca me importó ni supuso una limitación para mí. Ya has visto lo abigarrada que es mi audiencia, y lo devoción que me profesa.
-Maestro, ¿es vanidad eso que desprenden sus palabras?
-Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra.
-¡Oiga! Que eso no es suyo, no plagie, hombre -aunque enseguida caí en la cuenta de que no podía plagiar a alguien que nacería cuatro siglos más tarde.
-Bueno, Bvalltu, un placer conocerte, pero debo irme ya, si no Jantipa cogerá un berrinche de no te menees.
-¿Cómo soporta a esa mujer tan cruel? ¿Por qué no la deja?
-Juré respetarla toda la vida y yo nunca falto a mi palabra. Antes bebería un cuenco de cicuta -no pude evitar ponerme colorado-.
-Está bien, Sócrates, yo también me voy. Por cierto, le aconsejo que mime a Platón: hablará muy bien de usted.
-Lo sé, Bvalltu. Adiós.
Uno de los mayores genios de la humanidad y nunca escribió nada. ¿Estará la escritura sobrevalorada?
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Saludos
Un abrazo.