Anoche me volví a escapar. Lo hago a menudo aunque siempre por motivos plenamente justificados que no admiten demora: un circo que está de paso, una luna licantrópica, un presentimiento, un antojo. Hasta ahora, no han conseguido descubrir esa falla en la seguridad que permite mis escapadas, y es que la paranoia que induce a mis guardianes esa obsesión por la seguridad sin fisuras que padecen les lleva a considerar todas las opciones improbables y hasta las imposibles, pero jamás tienen en cuenta la más obvia: el conducto de la ventilación; pero hombre, si sale en todas las películas de fugas, serán torpes.
El motivo de mi incursión noctámbula en el territorio de los cuerdos era obtener información sobre el nuevo interno. Pude echar una ojeada a su ficha en secretaría por la mañana, mientras Nogales, previamente sobornado con mi astucia y mis cigarrillos, fingía un ataque agudo de epilepsia y la secretaria, la Medusa, una impertinente metomentodo, no pudo resistir el impulso voyeurista de contemplar el espectáculo obsceno de un recluso babeando entre convulsiones. Andrés Pareja Rebollo, nacido Andrew Couple, alias 'El Cornucopia', un maleante, atracador y por último asesino que había eludido la cárcel gracias a la declaración de un psiquiatra -sin duda sobornado por los abogados en nombre de sabe quién qué mano oculta- que le diagnosticó una supuesta dolencia psíquica que cualquier profano puede encontrar en la wikipedia. Jueces palurdos. Ahora el delicuente estaba en el sanatorio y yo estaba acojonado, así que necesitaba información con urgencia.
No soy ningún chorizo, pero sé buscarme la vida, así que no entraré en detalles sobre cómo conseguí introducirme en el despacho del abogado del Cornucopia. Registré los cajones y los archivadores hasta que di con lo que estaba buscando. El dossier del Cornucopia era un tratado sobre bellaquería. De joven fue un habitual de los reformatorios, donde fue puliendo sus habilidades delictivas y fomentó su talento para infringir las leyes. Luego delitos, cárcel, más delitos, más cárcel, y así hasta el asesinato de una detective privada estadounidense, Madison McCoy, a la que estranguló mientras dormía sola en su casa de Boca Ratón. Menudo elemento, el novato. Pero me faltaba el dato esencial, me dije, el que explicaría por qué aquel tipejo había sido internado en mi sanatorio, porque ya no dudaba ni por un momento que el Cornucopia iba a por mí y que su acechante compañía no era pura casualidad.
El tiempo pasaba con rapidez y tenía que volver, pero justo cuando estaba a punto de cerrar la carpeta un nombre subrayado con tinta luminosa me puso los pelos de punta.
Maximilian Mad. Mi hermano gemelo.
No jodas.
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