El despacho de Sony Maxwell se encontraba en la penúltima planta de un altísimo edificio de oficinas. La decoración era ecléctica: cabezas de animales exóticos colgaban de las paredes con ojos abúlicos, bustos de mármol y lienzos de diferentes épocas y estilos salpicaban al buen tuntún espacios vacíos en suelo y paredes; en un rincón, un trenecito eléctrico daba vueltas a un circuito de railes y emitía un largo pitido de cuando en cuando; sobre la mesa de caoba una barby vestida de rosa sonreía estúpidamente. Sony abarcó la inmensidad del despacho en un gesto que imitaba a un torero brindando el toro al público. -Todo esto es mi mundo -dijo con una sonrisa excesiva en la sobresalía un colmillo de oro-. Soy una persona de gustos simples, odio la variedad- Saltaba a la vista que el señor Maxwell no dominaba el arte de la congruencia. -Gracias por acceder a presentarme al señor Mad, querida Madison. Ya iba siendo hora, ¿no cree usted? -volvió hacia mí su sonrisa de hiena de famil
Un alienígena alucinado.