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Mostrando entradas de mayo, 2010

Sony Maxwell

El despacho de Sony Maxwell se encontraba en la penúltima planta de un altísimo edificio de oficinas. La decoración era ecléctica: cabezas de animales exóticos colgaban de las paredes con ojos abúlicos, bustos de mármol y lienzos de diferentes épocas y estilos salpicaban al buen tuntún espacios vacíos en suelo y paredes; en un rincón, un trenecito eléctrico daba vueltas a un circuito de railes y emitía un largo pitido de cuando en cuando; sobre la mesa de caoba una barby vestida de rosa sonreía estúpidamente. Sony abarcó la inmensidad del despacho en un gesto que imitaba a un torero brindando el toro al público. -Todo esto es mi mundo -dijo con una sonrisa excesiva en la sobresalía un colmillo de oro-. Soy una persona de gustos simples, odio la variedad- Saltaba a la vista que el señor Maxwell no dominaba el arte de la congruencia. -Gracias por acceder a presentarme al señor Mad, querida Madison. Ya iba siendo hora, ¿no cree usted? -volvió hacia mí su sonrisa de hiena de famil

Interludio reflexivo

Como me parece obvio que estoy pasando por un intervalo de reflexión que espero me sirva para encauzar definitivamente mi discurso literario, he decidido alternar los posts de mi novelita con pensamientos aforísticos y píldoras de humor para evitar que se descargue del todo mi batería creativa. Ahí van algunos. Envejecer es un largo y tormentoso camino de renuncias, un ser consciente de que tu yo de hoy no es el mismo que el de ayer, sino una versión un poco más estropeada del mismo, aunque lo realmente duro consiste en aceptar que sigue siendo todavía mejor que el de mañana. Esta certeza desbarata la ilusión, que es una esperanza inefable en un mañana igual o mejor. Cuando se alcanza a comprender que, a partir de un momento de tu vida, tu universo entero iniciará la cuesta abajo, es fácil caer en las garras del pesimismo y la melancolía. Como nunca espero nada, todo cuanto acontece en mi vida constituye una sorpresa, un regalo, una celebración; soy, en el sentido más inocente del

Desayuno sin diamantes

Los sueños chungos es lo que tienen, que te amargan los días sin una causa aparente, así por las buenas; tal vez como castigo del subconsciente, que erigiéndose en juez supremo de tu vida, te los impone como pena por algún pecado del que no guardas memoria. Mis sueños más castigadores siempre han tenido en común la presencia de mi hermano Maximilian. Si en mi infancia fue una pesadilla para mí, eso que me estaba haciendo en la madurez (poco madura, en opinión de mis psiquiatras) no tenía nombre, porque 'pesadilla' es un término que además de redundante se hubiera quedado corto. Max estaba amenazando con sus apariciones oníricas el precario equilibrio mental que a duras penas conservaba, y daba alas a las descabelladas teorías de los médicos que me trataban acerca de un impulso reprimido de exterminio que supuestamente albergaba yo sobre la figura de Max, impulso que afianzaba sus argumentos para mantener mi reclusión con carácter indefinido aferrándose a un pálido principio