A veces opino de cualquier cosa en este
blog pero como un ejercicio de reflexión, más o menos liviano o
sesudo en función de la hora y del ánimo. Por eso quiero dejar
claro que cualquier parecer, juicio o afirmación mías acerca del
asunto que sea son fácilmente revisables con las indicaciones
adecuadas y, llegado el caso, hasta desmentidas sin el menor pudor
por mi parte. La naturaleza de las personas inteligentes debe poseer
una faceta de rectificación que los honra intelectual y moralmente.
Por desgracia, ese no es mi caso. Soy un veleta y en el fondo muy
pocas cosas me atraen lo suficiente como para tomar posición
respecto a ellas. Si cambio de opinión respecto a un asunto, por
vital que pueda ser o parecer se debe llanamente a que la opinión
previa carecía de convicción al ser enunciada; peor todavía, más
de una vez me he pronunciado para que quien me leyese pensara que yo
tenía algún tipo de opinión sobre algo. Cuando la verdad desnuda
es que no tengo claro casi nada, y casi nada me importa. Si esta
postura puede ser tomada como fruto de la pereza o de la cobardía,
será seguramente cierto. Pero seguiré escribiendo, aunque solo sea
para tomarme el pelo.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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