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Una terapia

 Le repito la pregunta, señor Adorno, ya que le veo algo despistado: ¿qué le ha hecho venir a mi consulta? Algo no debe ir del todo bien cuando acude a un psiquiatra, digo yo, y espero que no se moleste si le digo que llevamos ya más de media hora de sesión y usted aún no ha abierto la boca, excepto para sonreír de un modo, permitame decírselo con franqueza, del todo incoherente. No le estoy apremiando, no quisiera que se sintiese presionado, pero de algún modo tendremos que comenzar la terapia, y si usted no me dice algo... No hace falta que conteste de inmediato, tómese su tiempo, más del que ya se ha tomado si es preciso, solo faltaría que por una precipitación abordásemos el problema de una forma inapropiada. Le confesaré algo que en mis veinte años de profesión jamás he revelado a ningún paciente, pero usted necesita un aliciente y por ello haré una excepción. Yo quería estudiar antropología, se lo digo en serio aunque me alegra ver que sonríe de otra manera. Siempre me gustaron las civilizaciones de la antigüedad, los egipcios y todo eso, y aunque ahora los tenemos bastante olvidados le asombraría saber el grado de progreso que llegaron a alcanzar. ¿Cómo lograron levantar esas pirámides? Es una incógnita que merecería una mayor atención por parte del mundo científico ¿no le parece? Después de todo, nosotros somos una lejana secuela en el tiempo de aquella remota cultura. Hemos evolucionado mucho en el terreno científico y en tecnología, pero aparte de eso ¿en qué nos diferenciamos de aquellas gentes de la antigüedad? No somos superiores a ellos moralmente, más bien al contrario. En mi opinión, hemos construido una civilización descompensada, deforme, con un alto grado de progreso tecnológico y una regresión en cuanto a valores éticos. Somos una sociedad muy polarizada, con ricos muy ricos y pobres muy pobres, y eso genera tensiones que resquebrajan no ya la estructura social sino también el equilibrio individual de cuantos componemos esa sociedad. Por esa razón hay tanta ansiedad, estrés, neurosis, esquizofrenia, locura al fin y al cabo, aunque esa palabra, locura, no debería ser pronunciada en este centro, pero es que es la pura realidad ¿no le parece, señor Adorno? La locura, repito la palabra ya que le veo sonreír con mayor franqueza, es la atmósfera en la que crecemos como individuos y como pueblo, la locura que nos impulsa a perseguir el sueño de la continua felicidad, de un mundo sin dolor en el que no hace falta esforzarse para conseguir nuestros deseos, la locura del capricho, de la recompensa inmediata, de una realidad virtual perfecta dentro de otra realidad que podemos ignorar. La locura, señor Adorno, está en todas partes, no nos engañemos. Y eso nos convierte en locos, y disculpe mi atrevimiento doctor Adorno, eso significa que todos estamos locos ¿no es cierto? Así que ¿cuál es la diferencia entre usted y yo. En mi opinión solo una: que usted está en el lado bueno de esta mesa, de esta clínica, de este mundo injusto y cruel. Por favor, no pulse aún el botón, permítame un minuto más antes de que me devuelvan a la celda de seguridad, apiádese de mí, doctor Adorno, usted que tanto sabe de locura, que es una eminencia en su especialidad, que tan bien me comprende. ¡Oh, dios, ya vienen los enfermeros! Es usted un desgraciado hijo de puta, pero sabe qué: un día de estos le voy a borrar esa estúpida sonrisa de su cara, ahora mismo lo haría...si no fuera por esta camisa de fuerza. 

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