VI
¿Era reciente esa conversación o en
realidad habían pasado veinte años? A Pablo se le antojaban iguales
ambas opciones. ¿Había vivido una vida de folletín? No faltaban
clichés. Un padre prepotente capaz de hacer sufrir a su hija querida
solo por no plegarse a sus deseos, condenándola junto al hombre que
amaba a ser marionetas cuyos hilos solo él movería a su antojo. Una
esposa que renunció por amor y sin atenerse a las consecuencias a
los dictados del padre, al lujo de un linaje, solo para ser suya. Un
pobre hombre que solo contaba con una dignidad mal entendida para
arrebatarle a una familia poderosa su bien más preciado.
Habían pasado veinte años y su suegro
y jefe se mostraba inflexible. Nunca hubo una oportunidad para él en
aquella editorial. Su trabajo como corrector seguía siendo
intachable, pero no daba para más, no podría demostrar su valía
sin un ascenso que jamás le sería concedido. Su capacidad de
aguante había llegado al límite, y no por él, dispuesto a mantener
el desafío que lanzó a su suegro el tiempo que hiciera falta,
porque tenía a Blanca y ella alimentaba su determinación. Pero fue
precisamente Blanca la que con una sonrisa insegura y una mirada
ausente que comenzó lentamente a mostrar con los años le fue
llevando a dudar de aquello que tan fieramente defendió cuando se
comprometieron y había precipitado en los últimos meses una
situación insostenible para Pablo que resquebrajó de tal modo sus
convencimientos de siempre que se olvidó de las normas más
elementales de la buena presencia y el decoro y lucía un atuendo y
una figura cada día más astrosos.
Consciente de su propio hundimiento e
incapaz de confesarlo a Blanca se había centrado más que nunca en
su trabajo porque no quería dar una excusa para que lo expulsaran de
un puesto que solo había mantenido -bien lo sabía- a costa de no
cometer un solo error desde que lo ocupara más de veinte años atrás. Pero
después del trabajo, al principio, y también antes algo después,
tomó la costumbre de deambular por las calles para olvidar todo
compromiso y para olvidarse de él mismo en una huída sin sentido.
Hasta que encontró la tienda del hindú y aquellos zapatos. Blanca
le había advertido de que en ellos había un peligro. Él solo sabía
que le obligaban a hacer cosas que no habría hecho sin el apremio un tanto ridículo pero muy contundente a que lo sometían. Apretones a los que no podía sustraerse sin padecer un dolor terrible. Había pensado, por supuesto, en quitárselos, pero bien sabía que no sería posible. Había aceptado una ayuda a su angustia que de ningún modo dejaría de ayudarlo porque ya no había vuelta atrás. Había asumido un nuevo destino. Había vuelto a elegir.
Tras consolar como pudo a Blanca salió
de su piso y se encaminó con una determinación que no podía nacer
de él mismo al edificio de la editorial, al despacho de su jefe y
suegro.Y después de muchos años, tuvo miedo.
Comentarios