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Vodka


Uno, un día, va y piensa “¿por qué no me miran mis vecinos?”, tal vez por pensar algo. Otro día, por pensar algo o por lo que sea, piensa “¿por qué no me miran mis compañeros en el trabajo?”. Ahí uno ya empieza a mosquearse porque una vez que uno ha empezado a pensar ya no hay quien lo pare, y piensa, por ejemplo “¿por qué no me ha mirado el aparcacoches?” y mira que le hecho hincapié en la rozadura del parachoques en el Mercedes, pero él, ni caso. Como si no existiera. Y ejemplos así los tengo a porrillo, me miran pero no me ven, o al revés: mi mujer, mi madre, mis hijos, mis amantes (aunque esté mal decirlo), mi abogado, mis socios rusos a los que defraudé pero sin mala intención, el juez, mi compañero de celda -ruso, por casualidad-. Nadie en definitiva parece verme y ni siquiera mirarme. Solo tras mi entierro hubo una mirada significativa, reveladora, que me reconfortó. Pero no fue de ninguno de los anteriormente mencionados. Y ahora me pregunto por qué demonios nunca me ha gustado el vodka. Porque un fantasma bien educado debe saber decir que sí aunque no le guste el vodka, ¿no creen?

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