Es desagradable
encontrarse enfermo en un lugar extraño, ajeno a tu mundo habitual y
relativamente seguro; en el extranjero, por ejemplo, un simple
resfriado magnifica tu malestar y la vida entera se vuelve aparatosa
e intolerable. Estás en la cama de la habitación del hotel y oyes
las gotas de lluvia golpeando el cristal y ese sonido, tan amigable y
confortador en tantas ocasiones, se torna desagradable e inhóspito y
te produce melancolía y tristeza. ¿Será esto lo que ocurre en una
vejez solitaria? Esa invalidez, esa congoja, esa impotencia. De
momento, al menos, puedo recurrir a gente cercana en caso de extrema
necesidad. Pero, ¿y de anciano? Cuando solo el consuelo de una vida
sin decrepitud aporte a tu alma unas gotitas de alegría, cuando solo
el consuelo de otra vida alivie un poquito lo que te queda de esta.
Entonces, ¿qué? Porque como si en mi caso no existe ese mínimo
consuelo, ¿a qué te puedes aferrar? ¿Qué último recurso servirá
como bálsamo en esos postreros días? ¿Quién te pondrá su mano
caliente en tu cara y dirá: “Mira cómo caen las gotas de lluvia,
no es hermoso, mi amor”? Y tú siempre estás dispuesto a contestar
:”Mientras tú existas y estés conmigo todo será hermoso.”
Hay ocasiones en las que uno no sabe sobre lo que escribir, aunque escribir sea un medicamento prescrito por el instinto de supervivencia. Son los ‘días marrones’ de los que se lamentaba Audrey Hepburn en una inolvidalble escena en la escalera exterior de su apartamento ante George Peppard, en ‘Desayuno con diamantes’ (gracias por todo Billy Wilder). Yo llevo semanas padeciendo esos días, o tal vez un interminable día que dura semanas. Adoro a Ray Bradbury, pertenece a una raza de escritores que no precisan lápiz ni papel: sus creaciones son trucos de magia y nunca se le ve nada en las manos, crea a la manera de los dioses, sin que los humanos alcancemos a conocer los ingredientes ni la manera de cocinarlos. Dice Bradbury que para escribir hay que vomitar por la mañana y limpiar por la tarde. Su curiosa metáfora lo dice todo, no hay límites para la creación, sólo acertados recortes y aditivos para mejorar el producto, o al menos ponerlo bonito. Y eso es todo. Tan fácil y tan compli
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