Me desperté con la misma
tensión de todas las mañanas, los músculos agarrotados, la
garganta seca y dolorida y una telaraña espesa sobre mis ojos, por
no hablar del dolor lacerante en mi cabeza. Me levanté y traté de
arrastrar con las friegas de agua la película de lo que fuese que me
estaba impidiendo ver. Pero aquello se resistía, no eran simples
legañas. En ese momento sonaron unos golpes en la puerta de mi
estancia. ¡Jodidos hoteles! Siempre fastidiando en el momento menos
adecuado (que si es para hacerle la cama, que si es por si necesita
algo, que si el minibar...). Está bien, contesté, pasen y dejen lo
que sea o hagan lo que tengan que hacer, gracias. Sentí entrar y, al
momento, salir al empleado. Bajé al jardín a tomar el sol. Lo que
enturbiase mis ojos fue desapareciendo por momentos, mis músculos se
relajaron y el dolor de cabeza remitió. Tumbado en la hamaca más
cercana a la piscina que encontré busqué sin éxito recuerdos,
referencias de la última noche. Nada. “Como siempre”, escuché
decir a mi lado. Era una voz femenina, bonita aunque algo cascada, la
voz de la mujer fatal, pensé. Y además, estaba convencido de
haberla oído antes. “Usted disculpe, estaba algo distraído”.
“Lo entiendo”, añadió ella, “es lo normal”. ¿Lo normal?,
¿pero qué coño sabía aquella tía de mi vida? Me giré y vi que
me miraba, y que vio (tuvo que ver) la cara de tonto que debí poner
al verla. Era...bueno, me ahorraré hipérboles: estaba como un tren.
Y además era rubia. Se me olvidó de golpe lo que le quería
preguntar, así que improvisé: “¿A qué se dedica?”; soy
terapeuta, pero solo en mis ratos libres, sonrió con malicia (y me
guiñó un ojo, ¡me guiñó un ojo!). Terapeuta de.... “de causas
perdidas”. “Ah, comprendo”, aunque no comprendía una mierda.
Se me ocurrió una idea. “¿Le apetecería cenar esta noche
conmigo?”. Depende. ¿De qué? De que me autoricen. Me volvió a
sonreír y a guiñar un ojo, se levantó, recogió unas revistas que
había dejado en el césped y se alejó con un contoneo de albornoz
que hizo girar cabezas de tíos aparentemente dormidos. Me sumí en
mis pensamientos, o sea, me quedé roque. Un violento empujón me
devolvió a la hamaca, el césped, la piscina. “¿Es que vas a caer
otra vez, gilipollas?” Mi inesperado amigo tenía una cara
patibularia, el albornoz sucio y el aliento asqueroso. “¿Quién
eres tú?” pregunté por ganar tiempo ya que tuve la sospecha de
aquel tío me iba a matar. “Eso no importa, pero llevo aquí más
de diez años y lo que te están haciendo a ti he visto hacérselo a
otros, y nunca termina bien”. En el fondo parecía querer ayudar.
“¿Y qué me están haciendo?”, “la pelota, tío, la pelota,
pero con veneno”, “¿y por qué tendrían que hacerme eso?”; "esta mañana ha entrado un empleado y te ha dejado unas pastillas junto a un vaso de zumo en tu habitación, ¿verdad?", "sí, ¿y qué?", "que te las has tomado", era cierto, ya ni me acordaba,
“y ¿eres rico, no?”. Recordé entonces una suntuosa mansión,
varios coches de gama alta, una mujer rubia y varios niños; también
un edificio con un gran luminoso en la azotea, una mesa alargada
presidida por mí, ruidos de fábrica. “Creo que sí, que soy
rico”, “ahí lo tienes”, “¿el qué?”. Pareces tonto, pues
lo de las resacas por la mañana, la rubia, la cena... “Hombre,
esto es un hotel y puedo invitar a cenar a quien me parezca”, dije
en tono enfurruñado. El intruso sonrió y se dulcificaron sus
expresiones. “¿Estás seguro de eso?”, “por supuesto, soy
libre para invitar a...”, “No, no, digo de lo otro”, “¿de
qué?”, “de si esto es un hotel”, respondió acentuando su
sonrisa en la que restos negruzcos de dientes tenían la respuesta a
aquella pregunta retórica.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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