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El último hotel


Vas de hotel en hotel buscando un refugio definitivo, una estancia que te haga evocar un hogar, un plácido remanso de paz que mitigue tus dolencias por los siglos de los siglos. Cada hotel te ofrece una promesa más deseada que real. Cada hotel acaba con tus sueños como una amante con prisas y al final hastiada. Búscate una casa propia, desgraciado, donde esconder tus miserias y sin testigos de tu banalidad, una casa que guarde tus secretos y tal vez ilumine tu incierto camino hacia la muerte. Un hotel que sustituya tu vaga idea de una paz otoñal en una casa plena de matices, de recuerdos, de felicidad. Hoteles así solo hay en tus sueños, donde dormido vives tu auténtica realidad, hoteles de paso, hoteles de invierno, hoteles cerrados al mundo real. En París y Roma, El Cairo y Alejandría, en Amsterdam y en Siracusa, donde se quiera buscar, habrá siempre un soñador con cara triste en un hotel que solo admite clientes que no saben adónde van. Porque yo transito la tierra sin destino fijo, sin planes concretos, sin misión alguna, sin finalidad; y aunque finalizo todos mis viajes solo uno de ellos he de culminar con una sonrisa de deber cumplido, y un guiño a la muerte que ella entenderá.

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