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De vuelta en casa


Hace dos días regresé de mi último viaje. Estoy cansado, ha sido una paliza. Como no soy un viajero al uso me meto en líos. No voy a restaurantes de postín ni visito zoos o atracciones, simplemente paseo de sol a sol por calles que a veces se vuelven siniestras, aunque jamás me siento amenazado, tal vez porque cuando me sumerjo en una cultura desconocida no sé qué debo temer, o tal vez porque mi ignorancia me vuelve temerario; tanto da. Me gusta perderme en medio de las multitudes porque es cuando más disfruto de la soledad. Me relaciono lo imprescindible para no creerme muerto, pero nunca voy más allá de la mera cortesía. Encuentro rincones hermosos que no salen en las guías y me siento a desvariar con los recuerdos de lecturas muy tempranas que ya me auguraban que conocería esos sitios. Disfruto y vivo, a veces lloro, la hermosura del conocimiento inesperado siempre me ha tocado la fibra. Al final vuelvo a casa con el alma más henchida, sabiéndome más comprensivo y menos tonto. Y tras unos días vuelvo a planear otro viaje dentro del viaje que es mi vida, que es también cualquier vida. Del último no voy a regresar, por eso cuento lo que siento mientras puedo.

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