Sé que Luisa y yo nos queremos, siempre nos hemos querido; a nuestra manera. El amor es un campo muy extenso para reducirlo a un proceso de idealización del otro y a un intercambio decreciente de deseo. Digo decreciente porque la idealización, el altruismo sublimativo con que al principio al menos vemos a la otra persona pronto choca con el sano egoísmo de dar por sentado que también ella nos ve así o debería; tendría que ser así, pero ¿y si no? Y esa pregunta inevitable y dolorosa introduce la duda en la hasta entonces inmaculada relación afectiva. Y la duda lo echa todo a perder, incluso el deseo (o empezando por el deseo). Pero esto solo se da en aquellos que, como he dicho, reducen el infinito registro amoroso a un infantil babeo contemplativo y a una serie finita de cópulas con diferentes grados de disfrute y que acaban por ser un mecanismo reflejo que justifica y cifra la relación amorosa. Luisa y yo siempre supimos que el amor eterno, el que sobrevive a los amantes y pe