Los Pirineos (o el Pirineo) es una cordillera que hace
de frontera natural entre Francia y España. De picos majestuosos y
complicados, se extiende desde el Cantábrico al Mediterráneo. Pero
es en el Pirineo Central, con Ordesa y Monte Perdido, las Tres
Sorores, Brecha de Rolando, Añisclo, Pineta, y la francesa Gavarnie,
en la zona occidental; y con Benasque y Cerler rodeados por Aneto, La
Forcada, La Maladeta, Posets, pico Maldito, pico Perdiguero, de
Russell, de Vallibierna y Tuca de les Culebres, pico Salvaguardia,
junto a Vall dÉstós con sus Gorges Galantes (y sus 'barbas de
profeta', líquen que cuelga de las ramas de los árboles y cuya
presencia es garantía de una limpieza absoluta de la atmósfera del
sitio), uno de los valles más bonitos del mundo, en la parte
oriental.
Todo esto sin salir de la provincia de
Huesca. La riqueza de estas montañas y valles, que forman parte bien
del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, bien del Parque
Natural Posets-Maladeta, atesora cientos de especies animales y miles
de especies florales. El senderismo por aquellos parajes de
pendientes inacabables, aire limpio y cielo azul es un privilegio y
una aventura que cualquier aficionado a la montaña debería intentar
alguna vez en su vida. Andas y andas por un estrecho valle o una
ladera redondeada para descubrir de súbito un lago con truchas y
tritones, o un arroyo de torrentera por el que fluyen aguas
exquisitas, o una flor de caprichosos colores y formas que solo crece
allí. Nunca hay aburrimiento, pesadez ni desilusión. La naturaleza
pirenaica te ofrece cada día un espectáculo bellísimo y explosivo
de luces y sombras cambiantes, como si jugaran con los bosques al
escondite, un espectáculo que se te antoja solo para ti.
Mucho más al sur y casi paralelo al
Pirineo se extiende de occidente a oriente la cordillera formada por
el Gran Atlas y el Atlas Medio. Nace en la costa atlántica marroquí
y atravesando a lo ancho todo el país se interna en Argelia y acaba
en Túnez. Aun careciendo de la frondosidad del Pirineo, el Atlas
tiene un atractivo peculiar que seduce a cualquier montañero. En la
cara norte, varios valles, como el de Imlil, salpican de pueblecitos
las faldas del macizo montañoso en un mosaico sobrio y perturbador,
presidido por la Kashba du Toubkal: un albergue con formas de
monasterio tibetano. Desde esta kashba se suele iniciar el camino que
lleva al Toubkal, techo de la cordillera debido a sus 4167 metros.
Las rutas por el valle del Imlil son muy distintas a las de los
pirineos. No hay apenas flora y la fauna mamífera la componen
pequeños roedores, rebaños de cabras diminutas y algún perro. Pero
la caprichosa orografía desnuda de las montañas junto a los
sedimentos de siglos desparramados con precisión cartesiana sobre el
suelo de tierra dura y roca o sobre neveros, confiere al paisaje un
aire de irrealidad que puede ser mareante. La belleza muda y sin
adornos a la que los milenios han ido dando forma deja al viajero con
la boca abierta, y un efímero atisbo de infinitud lo sobrecoge y lo
estremece. En la cara norte del Atlas, el Toubkal, su pico más
elevado, contempla impertérrito las ciudades de Marrakesh y de Fez,
que fueron, tiempo ha, capitales de dos reinos poderosos. Nieve y
frío acompañan casi todo el tiempo (excepto en verano) en sus
largas caminatas al viajero, y su pensamiento siempre está puesto
(aunque no se de cuenta) en la cima del Toubkal.
La cara sur del Atlas es muy diferente.
También nevada en las cumbres, desciende hasta los valles sobre una
orografía lisa, sin farallones de roca ni sedimentos pétreos.
Desemboca con sus ríos en fértiles valles, como el del Dades o el
del Todra, no sin antes dibujar unos profundos y estrechos
desfiladeros que semejan templos faraónicos y que son codiciados por
escaladores de todo el planeta. Al final de los valles, ya en la
planicie, hermosos pueblos se erigen sobre oasis fluviales que
proveen de abundante alimento a las tierras para que sean cultivadas.
Allí el clima y el suelo son muy parecidos a los de Andalucía, así
que no es de extrañar que los cultivos sean también semejantes.
Olivos, naranjos, limoneros, acebuches, yucas, granados, se extienden
por las pequeñas parcelas familiares, minifundios de tierra buena y
fértil que constituyen la ocupación y el sustento de sus
propietarios. Se le antoja imposible al viajero la existencia, muy
por encima de estas tierras amigables, de un pico abrupto y soberbio
que se yergue orgulloso no muy lejos del Toubkal, al que mira
directamente a los ojos: es el Ighil M'Goun, que con sus 4071 metros
se alza como el segundo pico más alto del Atlas.
En estas grandes cordilleras, Pirineos
y Atlas, ha pasado el viajero casi la mitad de este año. Ha subido
sufriendo empinadas pendientes hasta llegar a cimas o altiplanicies
cuyas bellezas han compensado con creces los esfuerzos que fueron
precisos para contemplarlas. Con la fronda interminable del Pirineo
el viajero se ha extasiado y lágrimas felices han mojado sus
mejillas. El mismo éxtasis gozó y lágrimas gemelas a las del norte
empañaron sus ojos ante la infinitud ascética del Atlas. Y el
viajero sabe que ahora sabe un poco más, que es algo menos tonto y
un poco más humilde. La montaña eterna tiene para el viajero la
penúltima palabra. La última, como es sabido, pertenece al tiempo.
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