Después de todo no ha sido para tanto. Aparte de algunas leves turbulencias el vuelo ha resultado agradable, no ha habido demoras y el tiempo de tránsito ha durado lo anunciado por la compañía. Experiencias como esta le hacen a uno reconciliarse temporalmente con las compañías aéreas, sin las que –seamos realistas- no podríamos alcanzar destinos con la brevedad y comodidad que para ellos hubieran querido los viajeros de hace tan sólo un siglo, que precisaban de semanas para recorrer distancias que hoy se completan en horas.
Lanzarote es una isla volcánica y ventosa. La primera impresión que uno se lleva es la de desamparo, parece una isla necesitada de cariño, un trozo de roca en medio de un océano que precisa el calor de los visitantes para contentar su autoestima telúrica algo menoscabada por un complejo de inferioridad derivado de la comparación con sus islas hermanas del archipiélago.
Dedicaré los próximos días a recorrer la isla de punta a punta a ver si varía esa primera impresión o se confirma.
Comentarios