Ramiro entró en la librería porque tenía frío. A menudo los grandes sucesos tienen un origen curioso. Pero Ramiro no pensaba en ello ni remotamente, sólo quería resguardarse del húmedo frío de febrero. Escogió un libro al azar, lo abrió y leyó el primer párrafo: “Este es el final del mundo, sigue leyendo y...”. No quiso seguir leyendo; Ramiro sintió aún más frío, decidió salir. Receló de las calles vacías y blancas. Sintió miedo, un miedo inconcreto y a la vez certero. No había gente, corrió y recorrió calles y calles sin encontrar gente. De repente, tras una cristalera enorme vio gente apelotonada y quieta. Entró, era una librería. Comprobó que todos ellos miraban la primera página del mismo libro, con tozudez, con parsimoniosa tozudez. Le horrorizó la inmovilidad de maniquíes que presentaban los supuestos lectores. Por encima del hombro de uno de ellos advirtió que el libro le sonaba con una insoslayable intimidad de lector concienzudo. Decidió abandonar los modales, aparató de un empujón al lector sobre cuyo hombro miraba, que cayó y se rompió en mil pedazos; Ramiro no se asustó, lo esperaba. Leyó el primer párrafo de aquel libro que a tantos maniquíes hipnotizaba: “Este es el final del mundo, sigue leyendo y...”
La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...
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