Ahora que ha caído todo el mundo lo pone verde. Gadafi ha sido siempre un dictador temerario y temible, nadie se atrevía a indisponerse con él. En el escenario mundial tenía un peso excesivo para sus bravuconerías, tal vez porque manejaba como si fuera suyo -o porque lo era- el petróleo libio, tan codiciado por los países desarrollados -muy desarrollados en cinismo-. O tal vez la hipocresía de la diplomacia oficial impedía a quienes la practican llamarle lo que ahora la prensa internacional le está llamando, directamente, sin alegorías o perífrasis atenuadoras, sin miramientos: asesino, demagogo, sanguinario, ultrajador, cacique, etcétera.
Hoy he leído la noticia de que una modelo alemana ha perdido su trabajo por haber salido con un hijo de Gadafi, Mutasim, y por declarar ante un medio que siempre vio a esa familia ‘muy normal’. Pero es que los dictadores, por muy pervesos que puedan llegar a ser en sus actuaciones, deben mantener una rutinaria normalidad en sus casas por el motivo evidente de que no hay mejor modo de asimilar tamaños desmanes que asumiéndolos con la naturalidad de lo cotidiano. Deben transmitir a sus hijos una atmósfera de familiaridad para que luego ellos asuman el poder desde la tranquilidad de que todo está en orden, para que no tengan cargo alguno de conciencia. Los déspotas como Gadafi envían a sus hijos a estudiar en las mejores universidades, donde entablan amistades con apellidos de renombre, y los invitan a sus palacios de recreo donde los agasajan con placeres que no deben salir en los medios, y no hay paparazzo que valga: esas cosas nunca se airean. Y, mientras hay dinero y buenos modales, nadie pone oído al grito del pueblo, porque los palacios están insonorizados y, por si acaso, los huéspedes pierden el oído junto con los papeles en fiestas alocadas e inenarrables.
Gadafi ha participado en negocios internacionales donde su dinero ha tenido más peso que los escrúpulos de sus asociados. En Benahavís, municipio de Málaga, posee o poseía una finca descomunal y había conversaciones muy avanzadas con los gobiernos locales para edificar una urbanización de lujo. Yo he visto en Leptis Magna, augusto enclave arqueológico libio, una delegación de la Junta de Andalucía, que al tiempo que negociaban suculentos contratos con Gadafi, hacían turismo histórico -pero solo porque la inclemente lluvia los obligaba a quedarse, no por interés cultural-. El yerno de Aznar nunca ha ocultado su estrecha amistad con uno de los hijos del dictador. Pero todos huyen cuando la cosa se pone fea. Gadafi ha muerto tal vez como ha merecido, pero la multitud de gente que se ha beneficiado con su relación deberían hablar ahora, y los demás deberíamos ser conscientes de que algunos de ellos hablan de corazón cuando hablan de amistad y de normalidad. No debemos demonizar a trasmano lo que no supimos enjuiciar por hipocresía o pura cobardía durante años. Un dictador sanguinario ha muerto ajusticiado por su pueblo. Cientos de dictadores no tan poderosos siguen causando dolor y muerte; y haciendo amistades y socios internacionales a los que lucran y con los que se lucran. Seamos comprensivos, o seamos implacables, pero no juguemos a dos barajas.
Hoy he leído la noticia de que una modelo alemana ha perdido su trabajo por haber salido con un hijo de Gadafi, Mutasim, y por declarar ante un medio que siempre vio a esa familia ‘muy normal’. Pero es que los dictadores, por muy pervesos que puedan llegar a ser en sus actuaciones, deben mantener una rutinaria normalidad en sus casas por el motivo evidente de que no hay mejor modo de asimilar tamaños desmanes que asumiéndolos con la naturalidad de lo cotidiano. Deben transmitir a sus hijos una atmósfera de familiaridad para que luego ellos asuman el poder desde la tranquilidad de que todo está en orden, para que no tengan cargo alguno de conciencia. Los déspotas como Gadafi envían a sus hijos a estudiar en las mejores universidades, donde entablan amistades con apellidos de renombre, y los invitan a sus palacios de recreo donde los agasajan con placeres que no deben salir en los medios, y no hay paparazzo que valga: esas cosas nunca se airean. Y, mientras hay dinero y buenos modales, nadie pone oído al grito del pueblo, porque los palacios están insonorizados y, por si acaso, los huéspedes pierden el oído junto con los papeles en fiestas alocadas e inenarrables.
Gadafi ha participado en negocios internacionales donde su dinero ha tenido más peso que los escrúpulos de sus asociados. En Benahavís, municipio de Málaga, posee o poseía una finca descomunal y había conversaciones muy avanzadas con los gobiernos locales para edificar una urbanización de lujo. Yo he visto en Leptis Magna, augusto enclave arqueológico libio, una delegación de la Junta de Andalucía, que al tiempo que negociaban suculentos contratos con Gadafi, hacían turismo histórico -pero solo porque la inclemente lluvia los obligaba a quedarse, no por interés cultural-. El yerno de Aznar nunca ha ocultado su estrecha amistad con uno de los hijos del dictador. Pero todos huyen cuando la cosa se pone fea. Gadafi ha muerto tal vez como ha merecido, pero la multitud de gente que se ha beneficiado con su relación deberían hablar ahora, y los demás deberíamos ser conscientes de que algunos de ellos hablan de corazón cuando hablan de amistad y de normalidad. No debemos demonizar a trasmano lo que no supimos enjuiciar por hipocresía o pura cobardía durante años. Un dictador sanguinario ha muerto ajusticiado por su pueblo. Cientos de dictadores no tan poderosos siguen causando dolor y muerte; y haciendo amistades y socios internacionales a los que lucran y con los que se lucran. Seamos comprensivos, o seamos implacables, pero no juguemos a dos barajas.
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