Decía George Bernard Shaw que la única
regla universal en política es la de no decir en el gobierno lo que
se dijo en la oposición. De modo que reprochar eso a un gobierno
nuevo es contradictorio porque se le acusa de incumplir la norma, y
la única manera de cumplir esa norma pasa por ser inconsecuente en
el gobierno con los predicamentos vertidos estando en la oposición.
Un poco lío y un punto inmoral, pero política y moralidad nada
tienen que ver en la práctica. Este introito viene a cuento de la
'operación Europa', un proyecto político que se comenzó a gestar
con la formación del Benelux y que tiene por finalidad crear un
espacio económico de intereses compartidos para poder competir con
las grandes potencias del comercio y la industria: Estados Unidos,
China, Japón, India, Brasil y los OPEP. La idea en sí es buena, el
problema estriba en saber articularla hilvanando con un solo hilo
conductor una ingente cantidad de países soberanos con culturas y
lenguas diferentes y hasta, en ocasiones, encontradas. Yo, ignorante
de los mecanismos políticos y económicos que mueven el mundo, tengo
algunas dudas muy básicas respecto de este proyecto de unificación
internacional que tanto se tambalea en medio de los vientos
especulativos del mal llamado libre mercado. En primer lugar: siendo
Alemania una de las grandes potencias mundiales, a la altura de Japón
-que, dicho sea de paso, va por libre-, ¿qué necesidad tiene de
unirse a un club donde el resto de los miembros son mucho más
pobres? ¿No le iría mejor ir por libre también? En segundo lugar y
dicho sea con todo respeto: ¿cómo es posible que se admita en el
club a países no ya muy empobrecidos -debido en buena medida a la
mala gestión y la corrupción crónica de sus administradores- sino
que han falseado sus cuentas para seguir recibiendo fondos que han
malversado sistemáticamente? ¿Y no constituye eso motivo de
expulsión? En tercer lugar: ¿se va a conseguir un consenso en
medidas macroeconómicas por parte de todos los miembros, o bien que
estos acaten las decisiones de un organismo supranacional que
gestione las cuestiones de verdadero peso renunciando cada país a
una parte de su dolorosamente conquistada soberanía? De momento
parece que hay una oleada de nuevos gobiernos que están en sintonía
con los predicados de la Merkel, al punto que se pudiera sospechar si
no serán los nuevos mandatarios hombres de paja de la canciller a la
que ayudarían limando cada uno en su feudo las asperezas internas
que las decisiones de aquella pudiesen provocar. Y es llamativo que
estos nuevos gobiernos, tal vez por vez primera en la historia de la
democracia, no han cambiado sus tesis de la oposición por el deber
de cumplir la norma, sino porque les han dicho, y muy clarito, qué
hay que hacer. Pero lo que de verdad me asombra es que, una vez
dentro, nadie se quiera salir, a la vista de cómo está el patio; y
desde luego que a nadie quieran echar, por mucho que se lo merezca,
porque es bien sabido que un club solo comienza a serlo cuando tiene
a quien excluir.
Decía George Bernard Shaw que la única
regla universal en política es la de no decir en el gobierno lo que
se dijo en la oposición. De modo que reprochar eso a un gobierno
nuevo es contradictorio porque se le acusa de incumplir la norma, y
la única manera de cumplir esa norma pasa por ser inconsecuente en
el gobierno con los predicamentos vertidos estando en la oposición.
Un poco lío y un punto inmoral, pero política y moralidad nada
tienen que ver en la práctica. Este introito viene a cuento de la
'operación Europa', un proyecto político que se comenzó a gestar
con la formación del Benelux y que tiene por finalidad crear un
espacio económico de intereses compartidos para poder competir con
las grandes potencias del comercio y la industria: Estados Unidos,
China, Japón, India, Brasil y los OPEP. La idea en sí es buena, el
problema estriba en saber articularla hilvanando con un solo hilo
conductor una ingente cantidad de países soberanos con culturas y
lenguas diferentes y hasta, en ocasiones, encontradas. Yo, ignorante
de los mecanismos políticos y económicos que mueven el mundo, tengo
algunas dudas muy básicas respecto de este proyecto de unificación
internacional que tanto se tambalea en medio de los vientos
especulativos del mal llamado libre mercado. En primer lugar: siendo
Alemania una de las grandes potencias mundiales, a la altura de Japón
-que, dicho sea de paso, va por libre-, ¿qué necesidad tiene de
unirse a un club donde el resto de los miembros son mucho más
pobres? ¿No le iría mejor ir por libre también? En segundo lugar y
dicho sea con todo respeto: ¿cómo es posible que se admita en el
club a países no ya muy empobrecidos -debido en buena medida a la
mala gestión y la corrupción crónica de sus administradores- sino
que han falseado sus cuentas para seguir recibiendo fondos que han
malversado sistemáticamente? ¿Y no constituye eso motivo de
expulsión? En tercer lugar: ¿se va a conseguir un consenso en
medidas macroeconómicas por parte de todos los miembros, o bien que
estos acaten las decisiones de un organismo supranacional que
gestione las cuestiones de verdadero peso renunciando cada país a
una parte de su dolorosamente conquistada soberanía? De momento
parece que hay una oleada de nuevos gobiernos que están en sintonía
con los predicados de la Merkel, al punto que se pudiera sospechar si
no serán los nuevos mandatarios hombres de paja de la canciller a la
que ayudarían limando cada uno en su feudo las asperezas internas
que las decisiones de aquella pudiesen provocar. Y es llamativo que
estos nuevos gobiernos, tal vez por vez primera en la historia de la
democracia, no han cambiado sus tesis de la oposición por el deber
de cumplir la norma, sino porque les han dicho, y muy clarito, qué
hay que hacer. Pero lo que de verdad me asombra es que, una vez
dentro, nadie se quiera salir, a la vista de cómo está el patio; y
desde luego que a nadie quieran echar, por mucho que se lo merezca,
porque es bien sabido que un club solo comienza a serlo cuando tiene
a quien excluir.
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