Hace un par de días un
periódico de tirada nacional daba el siguiente título a una
entrevista a un actor español: “Ser intelectual y ser de derechas
son cosas incompatibles, o se es intelectual o se es de derechas.”
Desconozco, porque no leí la entrevista, si la frase fue sacada de
contexto. Pero no pudo evitar una pequeña reflexión por mi parte ya
que estoy algo cansado de la excesiva intromisión de la política en
la vida diaria de los ciudadanos. Soy consciente de que en un sistema
democrático que ha acatado -con mayor o menor recelo- un determinado
modelo de comportamiento en sus relaciones comerciales como el
capitalista tenga dudas de ese sistema cuando falla y lleva a los
ciudadanos al límite de sus posibilidades y de su aguante. Que el
fallo no se deba al sistema adoptado sino a la manera en que los
políticos lo interpretan/manejan/manipulan no pasa de ser una
convicción personal, pero profunda. No reconocería a un intelectual
ni en estado de hiperlucidez, o sea borracho, y sigo sin conocer los
límites entre la derecha y la izquierda (en España). Tampoco soy un
tipo culto, pero he leído a escritores radicalmente de derechas o de
izquierdas y todos me han producido náuseas. Habría que preguntarle
al actor entrevistado qué entiende por “ser intelectual” y
también por “ser de derechas”, pero a bote pronto calculo que se
ha cargado -o desposeído de su condición, dicho finamente- a unos
diez, tal vez veinte o mil, incluso diez mil personas que han sido
distinguidas pero no premiadas a lo largo de la historia por su
contribución simultánea a la cultura y a la política con el
beneplácito – a veces- del pueblo -los que votamos-. Porque toda
media política, de derechas o de izquierdas, no debe juzgarse por
las intenciones sino por sus resultados. Y que un actor use su
privilegiada tarima para regurgitar ideas manidas sobre política me
parece una mezquindad. Bastante tenemos con lo que está cayendo para
que nos solivianten aún más personajes que no se han tomado la
molestia de informarse antes de hablar.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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