Hace un par de días un
periódico de tirada nacional daba el siguiente título a una
entrevista a un actor español: “Ser intelectual y ser de derechas
son cosas incompatibles, o se es intelectual o se es de derechas.”
Desconozco, porque no leí la entrevista, si la frase fue sacada de
contexto. Pero no pudo evitar una pequeña reflexión por mi parte ya
que estoy algo cansado de la excesiva intromisión de la política en
la vida diaria de los ciudadanos. Soy consciente de que en un sistema
democrático que ha acatado -con mayor o menor recelo- un determinado
modelo de comportamiento en sus relaciones comerciales como el
capitalista tenga dudas de ese sistema cuando falla y lleva a los
ciudadanos al límite de sus posibilidades y de su aguante. Que el
fallo no se deba al sistema adoptado sino a la manera en que los
políticos lo interpretan/manejan/manipulan no pasa de ser una
convicción personal, pero profunda. No reconocería a un intelectual
ni en estado de hiperlucidez, o sea borracho, y sigo sin conocer los
límites entre la derecha y la izquierda (en España). Tampoco soy un
tipo culto, pero he leído a escritores radicalmente de derechas o de
izquierdas y todos me han producido náuseas. Habría que preguntarle
al actor entrevistado qué entiende por “ser intelectual” y
también por “ser de derechas”, pero a bote pronto calculo que se
ha cargado -o desposeído de su condición, dicho finamente- a unos
diez, tal vez veinte o mil, incluso diez mil personas que han sido
distinguidas pero no premiadas a lo largo de la historia por su
contribución simultánea a la cultura y a la política con el
beneplácito – a veces- del pueblo -los que votamos-. Porque toda
media política, de derechas o de izquierdas, no debe juzgarse por
las intenciones sino por sus resultados. Y que un actor use su
privilegiada tarima para regurgitar ideas manidas sobre política me
parece una mezquindad. Bastante tenemos con lo que está cayendo para
que nos solivianten aún más personajes que no se han tomado la
molestia de informarse antes de hablar.
La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...
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