Era difícil avanzar en aquel territorio donde llovían bombas y proyectiles desde la oscuridad. Él lo comentaba como un reproche, pero ella sabía lo que estaba haciendo. Reunidos bajo el esqueleto de hormigón de un edificio tomaron aliento. Él insistía, pero qué hacemos aquí, hacia dónde vamos. Ella solo apretaba los labios y seguía los dictados de su convicción: avanzar y avanzar. Cruzaron la calle con mucho riesgo; delante, ella, con un bulto de enseres estrechado por sus brazos, detrás él, mirando alocado hacia todas partes, tratando de adivinar el origen de una bala mortal para esquivarla a tiempo. Vano intento, bien lo sabía, pero su amor por ella era tan inmenso como sumiso; y la seguía en su loca huída. Salvaron la acera en la noche oscura y se internaron en un edificio medio derruido que alzaba su tétrica silueta entre los destellos de las armas. No puedes más, mi amor, dijo él con voz rota, y era verdad: ella no podía más. En un portal abandonado y ruinoso ella s
Un alienígena alucinado.