No encuentro explicación a la falta de
respeto que se tiene a la gramática por parte de los periodistas, sobre todo de
los deportivos. Hace ya algunos años que la preposición 'sobre' se
ha convertido en muletilla para los narradores de partidos de fútbol
-sobre todo- fagocitando lingüísticamente a otras preposiciones más
adecuadas para según qué expresiones. He aquí algunos ejemplos:
-'Falta sobre Pepe'. Lo correcto sería:
“Falta a Pepe”.
-'Fulanito lanza sobre Menganito': por
'hacia Menganito' o 'a Menganito'.
-'El defensa carga sobre el delantero'.
Por 'el defensa carga contra el delantero'.
-La que más me irrita: 'Ramos encara
contra Messi', por 'Ramos encara a Messi'.
La lengua de una sociedad está en
continua evolución, como la misma sociedad, pero estos malos usos
del idioma por parte de profesionales que supuestamente lo dominan no
hacen sino empeorar deliberadamente la salud de una lengua que sigue
viva y llena de riqueza después de unos cuantos siglos de andadura y
maduración. Sería de agradecer que personas que han sacado una
licenciatura en periodismo pongan el mayor esmero, cuando utilizan el
idioma de tantos, en usarlo según las normas de estilo que
aprendieron en la universidad. Y, a quienes los contratan, no estaría
de más pedirles que incluyeran una breve prueba de buen uso del
idioma como requisito indispensable para ofrecerles un contrato de
trabajo. Porque en este país nos gusta quejarnos de lo poco que se
ofrece a los contratados sin ponderar las contraprestaciones
legítimamente reclamables.
Muy de tarde en tarde, pensamos -yo, al menos, lo pienso- que los
futuros profesionales de la comunicación deberían conocer las
herramientas básicas de su oficio: las palabras. No todo son
derechos en un país libre y democrático, también hay
responsabilidades inexcusables que suponen deberes que cualquier
profesional debe asumir para aspirar a un puesto de responsabilidad.
Y el de comunicador de masas es un empleo fascinante con una enorme
carga de responsabilidad. Asuman los aspirantes a periodistas -y sus
futuros jefes- dicha responsabilidad y estén dispuestos a
supervisiones -con sanciones, si procediesen- por parte de las
administraciones competentes en el campo cultural, y esbocemos un nuevo escenario donde los comunicantes -además de comunicar- vayan enseñando al espectador-receptor-sujeto comunicado a utilizar las herramientas básicas para que también él pueda comunicar con otros -o a otros- sin violentar las reglas básicas de cualquier comunicación y que comienzan por el buen uso del propio idioma.
Lo que no veo del
todo es un consenso que comprometiese a todas las partes en la
aceptación de las normas gramaticales idiomáticas y mucho menos en su
cumplimiento obligatorio. Porque, al ser viva, la lengua, aun la
estatuída, crea sus propias trampas. Y si a un tramposo -pongamos que por analfabeto- se le ofrecen trampas...
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