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Saber resignarse

La resignación ante lo inevitable es una cualidad que pocas personas alcanzan en vida; luego ya no sabemos, y además el dato no viene a cuento. Sí que hay grupos sociales históricamente más propensos a la conformidad, incluso al estoicismo, que otros. Son los marginados sociales, los estratos menos afortunados de la sociedad, los parias que ni siquiera votan porque les da lo mismo quien les joda. Cuando a la desventura económica se suma el oprobio debido a motivos religiosos o étnicos o de cualquier otra índole, el soslayo se convierte en condena, tácita o franca, y la situación vital de estos grupos sufre un progresivo deterioro que acaba por empujarles al éxodo o bien por alentarles a una vida delictiva para luchar por su supervivencia. Pero siempre con un acatamiento callado y manso de su destino, irónico a veces, como se aprecia en la anécdota del gitano que, en la época de la posguerra española, es conducido por dos guardias civiles al cadalso para ser ejecutado en cumplimiento ...

De príncipes y princesas

La aristocracia, como los pingüinos, es una especie en vías de extinción; e igual que las nobles aves, se resisten a desaparecer, aunque a diferencia de éstas, su fin no sería lamentado sino por ellos mismos –caso de que, en lugar de por extinción, el final de algunos de ellos fuese un descenso en el escalón social como consecuencia de la pérdida de sus dudosos privilegios y pomposos títulos-. Siempre me han atraído los príncipes y las princesas, no sé bien por qué. Ese título –a diferencia de los de conde/condesa o barón/baronesa/- posee unas connotaciones tan glamorosas como difíciles de especificar, tal vez como consecuencia inevitable del poso que en el subconsciente nos dejaron tantos cuentos infantiles protagonizados por ellos y ellas. Hay, desde luego, diferentes tipos de príncipes/esas que se pueden agrupar, al menos literariamente, en dos grandes clases que también son arquetipos históricos: los buenos y los malos, personificados, respectivamente, por el ‘Príncipe azul’ y el...

En sueños

Hace unas semanas tuve un sueño turbio e inconcreto, casi una pesadilla, que me nubló el ánimo y lo impregnó con un matiz de inminencia y de inevitabilidad. Fue algo parecido a una premonición o a un presentimiento de naturaleza onírica, lo que no le resta verosimilitud a los ojos de aquellos dispuestos –o predispuestos- a otorgársela, como es mi caso. Me considero agnóstico y racional y sin embargo me comporto como una vieja aldeana cuando se trata de asuntos relacionados con la superstición, lo escatológico y lo evidente pero invisible. Ya se ha dicho que el miedo al Peligro es inmensamente más dañino que el Peligro. Tanto es así que si alguna vez éste aparece al fin, nos llevamos una decepción, decimos: “¿A esto le temía yo? Menudo idiota estoy hecho”. Pero la siguiente vez que el Peligro nos muestra su sombra nos asustamos igualmente. Pues ese sueño que tuve lo he vuelto a tener hace pocos días. La angustia premonitoria acrecentada y envuelta en miedo seco, sin matices ni dudas; ...

Amistad irracional

Durante una de las muchas jornadas en que los bomberos australianos han peleado en desventaja contra el fuego, encontraron con vida a un koala que presentaba quemaduras y síntomas de deshidratación. Un bombero le dio a beber un botellín de agua y el koala, al que llamaron Sam, quiso más; se bebió tres botellas. Ahora está siendo cuidado en un núcleo zoológico por expertos veterinarios y no se teme por su vida…de momento. Los animales no están preparados para el ser humano. Jamás hubo verdadera convivencia entre éste y las demás especies, que sólo han servido como piezas de caza cobradas, en muchos casos, sin necesidad. En un video de la cadena norteamericana CBS puede verse cómo entre dos animales de especies muy distintas, un elefante y un perro,   nace una amistad que supera en honestidad y desinterés las que se establecen entre la mayoría de los humanos; comen juntos, juegan juntos, duermen juntos; son inseparables. Estando el elefante aislado en un corral debido a una enfermedad ...

Adefesius Mekhano

H.G. Wells, el genial autor de ‘La guerra de los mundos’ y de una extensa obra que no tiene desperdicio, imaginó, en uno de sus relatos, una máquina del tiempo que permitía viajar por éste a quien la tripulase. El no menos genial inventor holandés Adefesius Mekhano   construyó una máquina para desplazarse por las diferentes dimensiones físicas que componen el universo. Me refiero a dimensiones con diferentes órdenes de magnitud espacial,   como serían el espacio físico que conocemos y reconocemos con nuestros sentidos; el microscópico, habitado por organismos unicelulares invisibles al ojo humano, como los protozoos, y al que podemos asomarnos sólo a través de potentes microscopios; y el macroscópico, del que tenemos conocimiento gracias a los telescopios. Este último intimidó desde un principio a Adefesius debido a la enormidad física y aparente fiereza de sus habitantes, que él había tenido oportunidad de observar gracias a un cuñado que trabajaba en Monte Palomar, así que centró s...

Revuelta de fantasía

Me cuenta mi hada madrina que están pasando cosas alarmantes en el Reino de la Fantasía. Primero fue el escándalo relacionado con Caperucita Roja. Al parecer, el Lobo Feroz presentó una denuncia en el juzgado de guardia contra Caperucita por agresión. Con un brazo vendado y en cabestrillo y la cara hecha un cromo, el Lobo declaró ante los medios que iba tan tranquilo por el bosque cosechando amapolas para decorar su cueva cuando –y aquí puso un énfasis especial- ‘por accidente’ puso su mano en el trasero de la joven, ya que por el color de su capa la confundió con una amapola. Caperucita, sin pensárselo dos veces, la emprendió a golpes con él valiéndose de una machota que llevaba en su cesto de mimbre. No contenta con eso, le propinó a continuación una tunda de patadas y puñetazos que –aquí volvió a enfatizar el Lobo- ‘pertenecían claramente a alguna clase de   arte marcial’. El Lobo afirma que llegará hasta donde haga falta ‘para que todo el mundo conozca la verdadera naturaleza de ...

Egoísmo sano

Si consideramos el egoísmo como un rasgo genético con que la Naturaleza nos dotó con el fin de favorecer nuestra supervivencia, su maltrecho prestigio cobra una súbita revalorización. Bien mirados, todos los defectos del alma que en cualquier momento de la Historia -que, según Jardiel Poncela, no es más que la mentira encuadernada- han sido considerados como tales por la moral vigente, tienen cuando menos una mínima justificación, para alivio de quienes los padecen o han padecido. Esto no es motivo de disculpa para los moralistas, que han condenado y condenan, (e incluso han llegado, en su fanática batalla contra la impureza, hasta donde las leyes o la paciencia de los tolerantes les han permitido – aunque su fin siempre ha sido, neciamente, el exterminio-) cualquier infracción del código moral que no proceda de ellos mismos. A propósito de estos defectos, la moral cristiana –que los llama pecados- ha venido dando históricamente una de cal y otra de arena, casi siempre de manera si...