Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin
De entre los crímenes que se han estatuído como habituales en casi todas las sociedades contemporáneas me resultan especialmente repugnantes las agresiones sexuales. Cualquiera puede ser una víctima pero los grupos de riesgo más elevado con diferencia son las mujeres y los críos. Los niños son víctimas potenciales de casi todo por su indefensión biológica y psicológica, y esta invalidez propia de sus pocos años está más que asumida por los mayores quienes mediante el instinto de protección y las leyes especiales para infantes ponen un especial empeño en protegerlos. Y aún así son los niños quienes más sufren y menos defensas tienen cuando suceden tragedias del tipo que sea. Pero ese peligro extra al que están expuestos es inherente a la niñez y toda la sociedad lo tiene asumido. Con las mujeres la cosa es bien distinta. El innegable hecho de su inferioridad física respecto a los hombres y el detalle fisiológico de que no haga falta que la mujer se excite sexualmente para que el h