Me hace gracia la trifulca que lían de tanto en tanto los humanos cuando se ponen a debatir sobre la interrupción del embarazo; y digo que me hace gracia porque tras miles de años siguen, en el fondo, disfrutando con la discusión hasta el punto de olvidar el tema que ha dado pie a la misma; son como críos. Por lo que respecta a este asunto hay dos bandos o facciones que mantienen posturas enfrentadas. Unos están a favor de que sea la mujer embarazada la que libremente decida sobre lo que desea hacer con su cuerpo. Es decir, para ellos la libertad de la mujer, de la portadora del feto, es el eje sobre el que gira todo el asunto, y podrá ésta deshacerse del feto a voluntad y sin rendir cuentas a nadie, ejerciendo su esencial derecho a decidir libremente. Otros en cambio defienden la dignidad del embrión, al que ya consideran un ser humano, y sostienen que el aborto es un asesinato. Este segundo grupo suele estar abanderado por la Iglesia cristiana –en cualquiera de sus doctrinas- cuya
Un alienígena alucinado.