El verano es para cometer locuras sexuales, pensó Daniel con regocijo mientras se registraba en aquel hotel de la costa del sol junto a su padre, que lo había invitado a pasar una semana juntos –pero con libertad absoluta, tú te ligas las que quieras y, si me avisas, te dejo la habitación el tiempo que te haga falta- para compensarle por el mal trago que para Daniel había supuesto el reciente divorcio de sus padres. Daniel se desprendió del albornoz y se dirigió a la ducha de la piscina luciendo su cuerpo apolíneo, cincelado en arduas horas de gimnasio. Su rostro, formado con suaves líneas de dios griego, y el porte de solemne gravedad que componía cuando la ocasión lo requería, le habían cosechado abundantes frutos entre las damas de todas las edades, porque Daniel sabía ser pródigo y jamás negaba sus encantos a señoras que le doblaban la edad, de las que tanto conocimiento y placer había obtenido en la cama, para después impresionar a inexpertas jovencitas que lo tenían por un ve...
Un alienígena alucinado.