Hace 46 años, Marilyn, que abandonaste este mundo y lo dejaste más frío y más gris de lo que nunca fue, privado de la gracia divina de tu sonrisa y del brillo de aurora boreal de tu pelo de blanca plata. Lo abandonaste, Marilyn, porque nunca lo encontraste cómodo, era para ti como un vestido que te quedase demasiado holgado, y tú siempre preferiste los que se te pegaban a la piel o, sencillamente, la piel desnuda, esa piel blanca y sedosa pero impermeable que te impedía sentir el calor de quienes te quisieron (pocos) y no dejaba salir, liberándote, el frío que siempre anidó en tus entrañas. Cuando niña te gustaba sentarte frente a los grandes cines de Los Ángeles a mirar asombrada los rostros de las estrellas que adorabas. De aquella época te quedó la mirada cándida y de estupor con que contemplabas el mundo, como sin dar crédito a cuanto veías en él, incluyendo tu propia fama cuando llegó, que te doblegó para siempre desde la primera contienda. Tal vez era lo que deseabas pero no er...
Un alienígena alucinado.