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Mostrando entradas de julio, 2013

Matar al Papa

Una vez soñé que mataba al Papa. El hombre no me había hecho nada, al menos de manera directa, aunque a través de sus prosélitos y maestros míos... pero eso es otra historia. Digo que no me había hecho nada, pero se lo estaba haciendo con gran crueldad disculpada a su parecer por una perenne sonrisa beatífica, a millones de personas en el mundo, sobre todo a los más pobres que suelen ser para colmo los peor informados. El peor delito del Santo Padre era, a mi parecer, la recomendación/imposición de no usar condón durante el coito. Según él y desde siglos atrás todos los ministros de la iglesia católica, la coyunda entre hombre y mujer debe tener como finalidad la procreación. El disfrute es un mal inevitable -un side effect, en jerga bélica- y debe limitarse a su mínima expresión dentro de las posibilidades humanas. Y aquí surgen dos debates, a saber: 1) ¿Es digno alumbrar un niño al mundo sabiendo que trae una condena de muerte debajo del brazo, condena que cumplirá al poco no sin a

El gran John Fowles

Imagínense mi decepción cuando Laura se negó a dar el 'sí' en la ceremonia de nuestro matrimonio. Son ese tipo de cosas que se relatan con su no poca retranca, son leyendas urbanas que de tan manidas pierden cualquier verosimilitud, como sketches muy repetidos en viejas películas sin sonido, como una broma de mal gusto que le puede pasar a cualquiera... menos a ti. Pero me estaba pasando a mí. Y no pude sino recordar. Recordar el día que la vi saliendo del colegio con sus compañeras; era la más guapa, mi Laura. Aceché día tras día desde mi furgoneta hasta que uno de ellos se quedó sola camino de su casa... y no sé ahora cómo, los recuerdos se me amontonan, logré subirla en la furgoneta y la traje a casa. Desde entonces nada le ha faltado y a pesar de sus gritos y sus súplicas (¿por qué? ¿Qué quieres de mí? ¿para qué me retienes aquí recluída?) siempre disfruté negándole una explicación a lo que para mí mismo resultaba inexplicable. Ella, pretenciosa, quería ver cada

Joven, feliz e indocumentado.

Uno se pasa las horas buscando un tema sobre el que escribir hasta que un día se da cuenta que temas, así en abstracto, sobran, pero ya sea pereza mental o bien autoengaño el caso es que uno no los ve, no los caza al vuelo, ni siquiera toma notas. No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el saber popular, que tiende a exagerar y en las exageraciones siempre hay algo de verdad. Vale, de acuerdo, temas no faltan, soy consciente de eso, ¿entonces? Entonces acudo de nuevo a la pereza mental y al autoengaño. ¿Por qué me da pereza escribir sabiendo que esa actividad me proporciona deleite, que tal vez escribir sea incluso mi destino? Suena a paradoja o apunta a una personalidad masoquista. Disculpen que no tome partido, estoy analizándome y cuesta ser objetivo con uno mismo. Paradoja sana, masoquismo insano, no sé. Sinteticemos, la paradójica desgana que me impide escribir nace del... ¡miedo! Sí, eso es, el miedo me tiene en el dique seco, pero miedo ¿a qué? ¿A no tener la