Un gorrión pequeño que no sabe volar sumerge su inocencia en la sala de mi madre que, inadvertida, siente un calor y un donaire que solo de joven se atrevió a soñar y soñó luna tras luna un amor sin desaire un amor de los que no se pueden prestar y el sueño se hizo sueño y cobró su propio aire y el mundo se hizo mundo y no hubo marcha atrás. Nací yo, qué queréis, ya que nacer no es poco un proceso dotado de irreversibilidad y un foco iluminó aquella noche a mi madre un foco de ciencia pura de maternidad. Hoy un gorrión de nuevo le pregunta imposibles preguntas que de vanas desaparecerán y mi madre responde lo que sabe del mundo: su sonrisa, mi llanto y un gorrión que ha de llegar.
Un alienígena alucinado.