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Mis primeros años




Debo aclarar, por mor del entendimiento conmigo mismo y la honestidad de mis reflexiones en este diario, algunas circunstancias relacionadas con mi periplo en este planeta. Era de esperar que la morfología de mis congéneres –y la mía misma al nacer- no tuviera el menor parecido con la de los habitantes de la Tierra, de modo que el comandante de la nave, que me abandonó aquí como ya he dicho, tuvo la lucidez de amoldar mi figura corpórea a los patrones estético-morfológicos aquí imperantes y que , con la salvedad del período glorioso de  los griegos de Pericles, siguen vigentes en la actualidad. Salvo por algunos detalles que tuvo a bien el comandante modificar para proporcionarme protección en caso de apuros, otorgándome así ciertos, digamos poderes, sobre los humanos. Expongo someramente los atributos en cuestión. Mis ojos fueron dotados de unos nervios inusitadamente elásticos que son como las cánulas quirúrgicas de prospección intravenosa  y que manejo a voluntad sacando los globos oculares de sus cuencas y moviéndolos como si fuesen periscopios que barren el horizonte tanto en sentido horizontal como vertical, permitiéndome así una visión casi esférica –ya quisieran los camaleones una movilidad ocular como la mía-. Mis orejas se alargan cuando lo deseo y giran barriendo un campo de ciento ochenta grados cada una, como si fueran radares, consiguiendo  captar los más imperceptibles sonidos –que advierto a través de mis hiperdesarrollados tímpanos- en un radio de al menos dos kilómetros. Me dotaron además con dos corazones y dos hígados, órganos vitales para los humanos y especialmente sensibles a los contratiempos y de los que ahora sólo dispongo de la mitad -uno de cada-, ya que las cuchipandas de colesterol y el alcohol inmoderado han acabado con dos de ellos. Así que con estos aditamentos tan oportunos he conseguido sobrevivir ya va para ciento veinte años -el tiempo es una dimensión que domino a placer, aparento treinta y tantos- en este inhóspito mundo, aunque nunca me abandonó la nostalgia por mi verdadera familia y el entorno propios que nunca llegué a conocer, pero que añoro desde la lejanía.

 

Aclarado este punto, mi ánimo reconfortado por el alivio del peso que me he quitado de encima al confesarme a mí mismo que soy, lo quiera o no, diferente a cualquier criatura del universo, por ser en cierto modo artificial, fabricado ex profeso, algo así como un superhéroe que no quiere serlo, un Frankestein –el complejo que estas diferencias me produjeron es digno del análisis del mismo Freud, que en paz descanse - me anima a reflexionar sobre asuntos que desde siempre han atraído mi atención.


“La solución de un problema consiste en encontrar a alguien que lo resuelva”         Murfhy, Ley de.

Comentarios

tenientebravo ha dicho que…
¡Lo sabía!. Sabía que tienes mas años que una banda de loros y que llevas aguantándonos más de un siglo. Espero que nos cuentes como vistes por ejemplo la caída de la primera república...aunque la verdad, no se porqué doy por hecho que has vivido siempre en España. Bueno, espero que cuentes cómo viviste los acontecimientos relevantes de donde quiera que hayas vivido.

Por cierto, lo de sacarte los ojos de las cuencas seguro que es genial. Le debes de sacar un partidazo en los conciertos de música y sitios así, con mucha peña queriendo ver lo mismo.

¿Y lo de estirar las orejas?, que gracia. Los terrícolas macho también tenemos esa capacidad pero en otro órgano del cuerpo, aunque después de ciento veinte años dentro de un cuerpo de hombre ya te habrás dado cuenta.

Bueno, espero que vayas desvelando cosas interesantes de tu ser y tu sentir. Hasta pronto.
Luis Recuenco ha dicho que…
Hola, tenientebravo. Muchas gracias por tus comentarios. Y me alegra un montón que te guste Juan Marsé. Hasta pronto.

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