Ahora que de casi todo hace, más que nunca, veinte años; ahora que el tiempo se va poniendo amarillo sobre mi fotografía y aún tengo la lengua en corazón bañada; ahora que esos ojos claros, serenos, no sé si cuando me miran, me miran al menos; ahora que la princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? que siguen saliendo suspiros de su boca de fresa; ahora que ya no quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano, y que como el toro he nacido para el luto; ahora que no me queréis, lo sé, y que os molesta cuanto escribo; ahora que hemos conocido la generosa luz de la inocencia; ahora que todavía le digo a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena ¡que no quiero verla!; ahora que me la volví a llevar al río creyendo que era mozuela pero tenia marido; ahora que sigo sufriendo esa pavorosa esclavitud de isleño, aún insomne y loco por los acantilados, los barcos por el mar y tú por tu sueño; ahora que me sigue angustiando, alguna vez, una certeza, y ante mí se estremece mi futuro; ahora que me sigo preguntando si no serás, amor, un largo adiós que no se acaba; ahora que sigo convencido de que me iré, y se quedarán los pájaros cantando, y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco; ahora que siento más que nunca el suave silbo de los aires amorosos; ahora que sigo viviendo sin vivir en mí, pero que tan alta vida ya no espero; ahora que, como siempre, a mis soledades voy y de mis soledades vengo; ahora que sigo preguntando, desesperado: ¿por qué volvéis a la memoria mía, tristes recuerdos del placer perdido?; ahora que sé, más que nunca, que poesía eres tú; ahora que sigo siendo aquel que ayer no más decía que el dueño fue de su jardín de sueño; ahora que vuelvo mientras duermo a soñar, ¡bendita ilusión!, que una fontana fluye dentro de mi corazón; ahora, en fin, que aún mantengo que la vida se tome la pena de matarme ya que yo no me tomo la pena de vivirla; ahora, os digo, sé en mi sangre y en mis sienes que un día esta carne y estos huesos hechos a las penas sólo serán polvo…, mas polvo enamorado
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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