Ir al contenido principal

El encuentro

El otro día llevé a cabo un singular experimento. Poseo la facultad, ya lo he dicho alguna vez, de vivir existencias paralelas en los infinitos universos que coexisten en diferentes planos de la realidad –es una manera algo tosca de explicarlo, pero las palabras no pueden transmitir más que experiencias compartidas y no sirven para describir la singularidad, si no es por metáforas y aproximaciones-. Esta habilidad, contra lo que pueda suponerse, no me produce trastorno alguno y vivo con plenitud o con la conciencia voluntariamente anestesiada, según me plazca o no la circunstancia específica de cada uno, esos innumerables periplos vitales.

Pues bien, se me ocurrió que si podía dominar una dimensión lineal de la realidad –digamos, por entendernos, su anchura-, ¿por qué no había de obtener resultados similares con su altura? Altura que vendría a ser lo que se denomina tiempo. Dicho con otras palabras: ¿Podría yo coexistir en una misma vida con otro ‘yo’ anterior o posterior en el tiempo? ¿Reunir mi ‘yo’ presente con alguno de mis infinitos ‘yoes’ pasados o futuros? Así que decidí intentarlo.

 No entraré en describir los pormenores del ritual necesario para conseguir mi objetivo para no resultar aburrido ni –según el caso- nauseabundo. Baste constatar el resultado: Me reuní, en un chiringuito de la playa, con mi ‘yo’ futuro el 14 de febrero de 2040. La ciudad era mi ciudad, Málaga, pero estaba muy cambiada en su aspecto, salvo por las obras de una línea de metro que habían comenzado casi 40 años atrás, la mierda que seguía flotando en la playa y el aceitazo de la fritura que pedimos (también ambos parecían haber subsistido a los avatares de los años que separaban a mi ‘yo’ futuro y a su homónimo presente). Omitiré el aspecto de mi ‘yo’ futuro por no deprimirme. La conversación transcurrió como sigue.

-Bueno…, esto…

-Llámame Bvalltu viejo, tú puedes ser Bvalltu jóven, aunque no tanto si me permites la impertinencia- Su risita sardónica me molestó.

-De acuerdo, Bvalltu viejo, cuéntame.

-¿El qué?

-Pues lo que me espera, qué va a ser; lo que me tiene preparado el destino desde mi presente hasta este futuro grasiento-, dije limpiándome las manos pringosas tras comerme un boquerón.

-Poca cosa. Seguirás escribiendo con altibajos y tu neurosis irá en aumento según avancen los años. Nada que ya no hayas experimentado.

-¿Ninguna sorpresa? Un hijo bastardo, haber votado en algunas elecciones, yo que sé, algo distinto-, el viejo Bvalltu sonreía con la serenidad del maestro de Kung-fu, y yo me sentía en cierto modo el pequeño saltamontes; engulló un racimo de boquerones y lo deglutió en un periquete; joder con el viejo, si yo siempre he tenido problemas de digestión y pensaba que de mayor me habría de conformar con potitos y caldos de pollo.

-Ninguna, joven Bvalltu, salvo que un día alcanzarás la serenidad y podrás disfrutar con tranquilidad de un buen plato de pescado frente al mar.

-¿Y cuándo será eso?- le apremié, anhelante.

-El día que nos encontremos.

 


 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ya te digo

¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...

I dreamed a dream

La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...

Michael

Ayer murió Michael Jackson por disolución provocada. No es el veredicto médico exacto, pero es más exacto que el veredicto médico. Su difuminación comenzó a partir de su incapacidad para compatibilizar sus éxitos profesionales con sus fantasías de Disneylandia. Se creyó Peter Pan, pero con plenos poderes sobre su cohorte de pequeñajos, y le dolió menos la compensación económica de ciertos comportamientos con menores que la evidencia de que eran equivocados en esta sociedad, en este mundo que no era el suyo. A partir de esa certeza su tendencia etérea se acentuó, no sin antes confundir al mundo mostrando un cuerpo que ya no era el suyo. Por eso, viejo –muy viejo- aceptó por fin que ya era hora de marcharse, y lo hizo a lo Marilyn, sin dar ruido. Descanse en paz.