La diferencia entre creerse buena persona o considerarse mala persona es muy similar a la que existe entre ser buena persona o no ser buena persona. Con el pequeño matiz de la subjetividad y el sentimiento de culpa y que, en ausencia constatada de la objetividad -siempre inaprensible- y la autoindulgencia, tiene su miga. Seamos sofistas –con perdón-; si la objetividad es una entelequia, es decir, nunca una verdad verdadera, y la subjetividad consiste en lo que a cada cual le salga de los cataplines, bien por hacer, bien por interpretar: ¿qué verdad podremos alcanzar sirviéndonos de nuestro intelecto, tan limitado como, oh Dios, subjetivo? Ninguna. Esto lo han promulgado filósofos de todas los tiempos, y lo corroboro yo con la autoridad que me otorgan mis limitadas entendederas y mis ganas de decir lo que me sale de los cataplines. Joder. En ausencia de réplicas, que para eso mi blog es mío y no admito intrusionistas, declaro que divago por el placer de divagar y quien no entrevea un hilo conductor argumental en este humilde rincón de vertidos gaseofáceos es que está en inmejorables condiciones intelectuales para mandarme a tomar por el culo. Y yo que lo respeto, porque tendrá más razón que un santo. Vaya mierda de blog, perdonadme los que tengáis un corazón magnánimo. Los demás pues lo dicho, me mandéis a que me den.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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